Cuando esta columna sea publicada, el seleccionado argentino habrá ganado el campeonato Mundial de Fútbol o habrá obtenido el segundo lugar. Para este análisis, no será relevante, porque el clima político y social resultará más o menos parecido, sea porque se alcanzó el máximo objetivo, o por la sensación del deber cumplido. Y las consecuencias directas tampoco serán tan diferentes. Durante el Mundial, la grieta pareció achicarse, el escándalo alrededor del vicepresidente Amado Boudou no terminó de desaparecer, la pelea contra los fondos buitre se palpitó de costado y los precandidatos a Presidente se acomodaron en sus posiciones para quedar en la memoria colectiva a punto de iniciar la carrera hacia la Casa Rosada.
Sí serán cruciales las próximas horas para la Presidenta Cristina Fernández. Porque ella tendrá que decidir qué hacer con Boudou y con los fondos buitre, y de ambas elecciones dependerá el futuro inmediato de su gobierno y el aire político con el que llegará a diciembre de 2015.
La verdad es que, a esta altura, ya nadie en el Gobierno, excepto la propia Jefa de Estado, puede entender por qué no le pidió que se tome una licencia. Es verdad que en ninguna parte de la Constitución el Vice está obligado a pedir licencia o renunciar, aún cuando se encuentre procesado.
También es verdad que Boudou nunca le planteó, de manera explícita, que él haría cualquiera cosa que ella le solicitara. Pero la certeza más evidente es que, desde el punto de vista estrictamente político, la continuidad del Vicepresidente parece insostenible. O mejor dicho, suicida. La tensión que se vivió la semana pasada en el Senado ya se expandió a medio gabinete y también al bloque de diputados del Frente para la Victoria.
Los gobernadores del oficialismo ya le dijeron al jefe de gabinete, Jorge Capitanich, que no pueden arrancar la campaña electoral con Boudou en el cargo, porque será la mejor manera de garantizar una derrota. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, ya instruyó a sus espadas en los medios para que empiecen a sacarse de encima, por la vía de las declaraciones públicas, el fantasma de Boudou. El secretario Legal y Técnico de la Presidenta, Carlos Zannini, Máximo Kirchner y ahora también el responsable de la Secretaría de Inteligencia (SI), Héctor Icazuriaga, consideran que cada día que pasa la mochila del escándalo se vuelve más pesada y difícil de levantar. Los tres últimos saben que la Sala I de la Cámara Federal se tomará su tiempo para revisar el fallo del juez Ariel Lijo. Y que ese tiempo se puede extender hasta septiembre e incluso octubre.
Además, no tienen garantías de que ninguno de los camaristas, ni siquiera el más funcional, Eduardo Farah, ordene el desprocesamiento del número dos del gobierno. A lo sumo, los camaristas podrían revisar la situación procesal de los integrantes de la familia Ciccone, a quienes el juez primero tomó declaración testimonial y más tarde volvió a convocarlos, pero para que respondan en el marco de una declaración indagatoria.
Lo que el gobierno no debería hacer, en ninguna circunstancia, es insistir con el aprovechamiento propagandístico del sentimiento nacional, patriótico y futbolero, y presentar los logros del seleccionado como parte de la década ganada. Sí podría hacer coincidir este clima de fiesta, que quizá se prolongue por unos cuántos días más, para invitar a Boudou a apartarse de sus obligaciones institucionales y terminar de acordar con los fondos buitre, sin que ese acuerdo aparezca como una claudicación.
Durante los mundiales de fútbol siempre hay un antes y un después. Como si se viviera la muerte de una época y el resurgimiento de otra. Nadie es tan ingenuo como para pensar que los argentinos se van a olvidar de la inflación la inseguridad y el miedo a perder el empleo. Pero sí es cierto que siempre es un momento propicio para barajar y dar de nuevo. Y si Cristina lo maneja bien, puede transformar ese momento propicio en una oportunidad, me dijo un sociólogo que hace encuestas para la Presidencia y también para la oposición y que viene midiendo el humor de los argentinos antes y durante el Mundial de fútbol de Brasil.
Algo parecido opinan los equipos de campaña de Sergio Massa, Scioli, Mauricio Macri y Julio Cobos, quienes trabajaron para posicionarse para la mejor foto y se pusieron una y otra vez la camiseta oficial del seleccionado argentino. Los publicistas del jefe de gobierno de la Ciudad son los que mejor se ubicaron antes del resurgimiento de la campaña. Le hicieron creer al círculo rojo que la ola amarilla es la que más y mejor creció desde las últimas elecciones legislativas de 2013. En el medio de un aluvión de malas noticias, se trata de una de las informaciones que ponen más feliz a la Presidenta de la Nación, quien trabaja para que ni Massa ni Scioli se transformen en sus sucesores.
Publicado en El Cronista