La palabra de un presidente tiene fuerza de ley. No puede andar diciendo cualquier cosa, porque comunicar es, quizá, el aspecto más más importante del arte de gobernar. Si un día un Presidente dice una cosa y al otro día, o al rato, argumenta o defiende otra cosa, muy distinta, lo que terminará haciendo es devaluando su palabra. O para presentarlo de una manera más dramática, pero no menos real: romperá el vínculo de confianza que se ganó con el voto de la mayoría de la sociedad.