(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) El miércoles 25 de octubre fue un día histórico. Sin embargo el Presidente no sintió la necesidad de cambiar su agenda. Lucía imperturbable, mientras Julio De Vido, el hombre más poderoso de los últimos años después de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, ingresaba a prisión. En cada rincón de la quinta de Olivos se respiraba un clima reivindicatorio. Hacía pocas horas que Mauricio Macri terminaba de conseguir, quizá, la victoria electoral más importante de su carrera. Altos funcionarios incluido lo más granado de su gabinete se abrazaban y continuaban con los medidos festejos iniciados el domingo. Esperaban el turno de ser recibidos por el número uno con alegre ansiedad. Pero el jefe de Estado recibió al visitante que tenía agendado a la hora señalada y con inusitada sobriedad. ¿Acaso no estaba contento? En las calles de la Argentina miles tocaban las bocinas de sus autos, como si estuvieran celebrando el fin de la impunidad. La fantasía del círculo rojo, sobre que jamás permitiría que De Vido fuera detenido por miedo a que prendiera el ventilador y complicara a su padre Franco o a su primo Angelo Calcaterra con sus negocios turbios, se terminaba de hacer pedazos.