En el submundo de los espías, las pinchaduras de teléfonos y las filtraciones son un secreto a voces: Cristina Fernández maneja una organización paralela de inteligencia destinada a ensuciar a dirigentes y periodistas que se atrevieron a denunciarla. Una célula residual. Un resabio del enorme y aceitado aparato que manejaba cuando todavía era jefa de Estado. De hecho, a poco de asumir, los nuevos funcionarios de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) le informaron al Presidente que los muchachos de Oscar Parrilli se habían llevado la CPU con las “carpetas digitales” de decenas de miles de empresarios, sindicalistas, fiscales, jueces, dueños de medios y periodistas y otros personajes “influyentes”. ¿Con qué intención se las robaron? Para “vender los datos” o usarlos de ariete en operaciones. Esta, y no otra, es la verdadera razón por la que la ex presidenta y el propio Parrilli ahora denuncian que hay un plan para espiarlos y perseguirlos a ellos. Están probando de su propia medicina. Sólo que ésta tiene un origen legal y la de ellos era non sancta.