Mauricio Macri se siente incómodo con el traje de presidente. No se trata de la incomodidad propia del ejercicio del poder. Al contrario: Macri, al poder, lo disfruta. Y la toma de decisiones, por más graves que parezcan, las vive con naturalidad. No le pesa. Incluso no lo estresa asumir sus consecuencias. De hecho, cuando vetó la denominada “ley antidespidos”, lo hizo con convicción. Y hasta con pasión. Y cierta alegría. No con la felicidad cínica de quien, con su determinación, está afectando, y para mal, el destino de millones de personas. Sí con la adrenalina de quien está seguro de que, con el veto, hará mejor a los trabajadores y a las empresas. La verdadera incomodidad de Macri tiene que ver con el protocolo y las obligaciones que impone el rol de jefe del Estado. Y no parece un asunto menor.