Jorge Fernández Díaz, el periodista y escritor que acaba de ser designado, por unanimidad, miembro de número de la Academia Argentina de Letras, tiene razón: la Argentina es un país bastante extraño. De repente, artistas de variedades, actrices, conductores de televisión y penalistas hablan de asuntos complejos de política económica como si estuvieran discutiendo sobre tácticas de fútbol. Lejos de mostrar una mínima curiosidad por los datos estadísticos o la simple lectura a conciencia de los diarios, enseguida se suben al enorme colectivo de la demagogia y tiran títulos junto a adjetivos grandilocuentes. Y si a algún invitado se le ocurre pedir la palabra para corregir una información, poner una decisión en contexto o sencillamente aportar una mirada un tanto menos superficial, lo acusan de inmediato de ser macrista o kirchnerista, pero difícilmente le permitan terminar una idea más o menos en paz.