Lo que el presidente Mauricio Macri tiene en la cabeza en este momento es una mezcla rara de satisfacción y decepción. Está satisfecho porque cree que la inflación, al fin, comenzó a bajar y supone que el proceso será irreversible. Y está decepcionado porque esperaba que, a esta altura, las inversiones fueran contantes y sonantes y ayudaran al crecimiento de la economía y a la generación de trabajo genuino. O producir un “contagio virtuoso” que llegara, incluso, a “zonas tan sensibles” como las de la educación o la inseguridad.