Macri empezó la semana con el pie izquierdo. Lo que había imaginado como su primera gran victoria en la batalla para mejorar la calidad del sistema judicial argentino, terminó con un empate sobre la hora. El camarista Eduardo Freiler, un juez al que el oficialismo siempre consideró corrupto y cooptado por lo peor del kirchnerismo, impresentable por su enriquecimiento personal, su conducta profesional y por el contenido de sus fallos, no podrá ser suspendido de inmediato. Y tampoco se le iniciará juicio político. Al menos por ahora.