(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) Hace unos años, un ministro muy importante de los gobiernos de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner me habló del síndrome del muro de la Quinta de Olivos. Me explicó que desde la casa donde vive y trabaja el Presidente, hasta el muro que da a la avenida Libertador, hay por lo menos 400 metros. “Demasiado lejos de la vida real”, interpretó. Me sugirió que esa era la metáfora perfecta para comprender por qué a veces los jefes de Estado se encierran en sí mismos, no suelen comprender lo que pasa afuera, terminan aislados, más radicales y menos integradores.