(Columna publicada en Diario La Nación) Cristina Fernández pisó el palito. Cayó en su propia trampa. Sucumbió al más dañino de los siete pecados capitales: el de la vanidad. Entonces aceptó “escribir” un libro. Su libro. Quizá lo hizo porque le pareció tentador y hasta muy inteligente que su palabra, tan sobrevalorada por ella misma, apareciera, no ya en las noticias, sino en “letras de molde” e insertas en un texto que se pueda guardar en las bibliotecas. Tal vez la terminó de convencer su exjefe de Gabinete, Alberto Fernández. E incluso, además, el mismo Fernández le pudo haber recomendado a María Seoane para que fuera su ghost writer, ya que él mismo recurrió a la periodista en alguna oportunidad.