Si a algún analista desprevenido le quedaba alguna duda sobre la idea de que Cristina Fernández es la Dueña de la Grieta, en los últimos días se habrá dado cuenta de que estaba equivocado: Ella no cambia más. A veces parecería que se autopercibe, incluso, por encima del coronavirus y sus consecuencias planetarias. Ahora le pidió permiso a la Corte para sesionar de manera virtual, pero no para discutir una quita de las dietas, como pedía la oposición, sino al solo efecto de satisfacer el capricho de su hijo: la aprobación del impuesto a los muy ricos, cuya efectividad está puesta en duda.