La reunión entre el Presidente y el secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla fue muy corta. Alberto Fernández le llamó la atención, le explicó que no podía cortarse solo, y menos pidiendo la prisión domiciliaria o la libertad para casos tan sensibles como el de Ricardo Jaime y Martín Báez y lo despidió. Usó el mismo método que había aplicado con el responsable de la Anses, Alejandro Vanoli, después de aquel viernes negro en el que los jubilados salieron en malón a buscar dinero a los bancos.