Los impulsores del impuesto a los más ricos deberían mirarse al espejo. Porque no solo presentan a la riqueza bien habida como si fuera un delito consumado. También ocultan su propia riqueza y disimulan sus cuestionables prácticas, lo que los hace doblemente hipócritas, para no utilizar un adjetivo más agresivo. Detengámonos un momento en la vicepresidenta.