(Columna publicada en Diario La Nación) Desde que la ex presidenta entró en pánico ante la posibilidad cierta de perder las elecciones de octubre, la militancia está desconcertada. También abrumada. Como si sus integrantes más honestos quisieran tirar la toalla antes de tiempo. El responsable de semejante situación tiene nombre y apellido. Se llama Antoni Gutiérrez-Rubí, es catalán, experto en redes sociales y considerado uno de los profesionales de comunicación política más importantes del mundo.
Gutiérrez-Rubí asesora a Cristina Fernández desde 2016, pero su palabra ahora tiene el valor de una sentencia casi definitiva. La noche eterna del domingo 20 de agosto en que ella esperaba los números que varios días después la consagrarían ganadora por apenas 20.000 votos, Antoni eligió, uno por uno, a los dirigentes que debían ser mostrados en público para anunciar la buena nueva. Fue muy amable y educado, pero le prohibió a Cristina, de manera terminante, que subieran al escenario Máximo y Florencia Kirchner. A la candidata se le quebró la voz cuando le preguntó: "¿Por qué no puedo llevar a Florencia? ¡Es mi hija!". El consultor, sin inmutarse, le respondió, palabra más, palabra menos: "Yo estoy aquí para que ganes la elección, pero tú tienes la libertad de hacer lo que quieras".
Premiado en los Napolitan Victory Awards, un galardón que se entrega en honor de Joseph Napolitan, considerado el padre de la consultoría de campaña, Gutiérrez-Rubi ya se había sentado con Máximo, cara a cara, para decirle, siempre de manera elegante, que "la marca" La Cámpora estaba destruida, que no valía la pena intentar revivirla y que muchas de las prácticas de aparente resistencia eran piantavotos y desaconsejables. Fuentes muy seguras sostienen que el hijo de la ex presidenta lo escuchó con atención y en absoluto silencio. Tanto él como su madre parecen dispuestos a hacer casi cualquiera cosa para ganar, aunque sea por un voto. Saben, porque conocen "la carne" de los expedientes, que el fracaso no sólo les hará perder volumen político, sino que los puede llevar a la cárcel más temprano que tarde.
El consultor catalán es igual que Jaime Durán Barba, un creyente absoluto de las encuestas cualitativas. También tiene fama de saber interpretarlas como nadie. Gutiérrez, al igual que Durán, entiende que al "imaginario colectivo" no hay con qué darle. Y para ese imaginario La Cámpora es casi lo peor de la política nacional. Es que una inmensa mayoría de los argentinos ve a la agrupación como un conjunto de chicos un tanto extraviados y oportunistas, metidos en todas las segundas líneas del Estado, ambiciosos y radicalizados. Son los mismos argentinos que desprecian a Máximo y definen a Florencia como la chica que de un día para el otro apareció con más de cinco millones de dólares en una caja de seguridad, debido a que su madre quería sacarse "el físico" de encima, ante la amenaza de embargos e inhibiciones judiciales.
Hace pocos días, en una reunión de militantes, en un barrio porteño, uno de los principales referentes de La Cámpora fue lo más sincero que pudo. Empezó explicando que con los votos de las PASO no alcanzaba. Que se iba camino de perder las elecciones. Agregó que, para intentar ganarlas, había que seducir a una parte del electorado que no comulga con la manera de hacer política del ex Frente para la Victoria. Les bajó, sin anestesia, la "nueva línea". Prohibido cantar: "Vamos a volver". Los focus groups de Gutiérrez-Rubí dicen que los argentinos a quienes hay que seducir lo consideran provocativo. Prohibido hacer la "V" de la victoria o de "viva Perón". Les cae pésimo a todos aquellos que no sean ultracristinistas. Que a nadie se le ocurra cantar o escribir "Macri/ basura/ vos sos la dictadura", porque, según el consultor, eso pone a Cristina al borde del delirio y fortalece al Presidente.
En la mesa chica de Unidad Ciudadana hay río revuelto. Los que no quieren a Antoni explican que el catalán no es ningún iluminado. Sostienen que el consultor le había prometido a Cristina, en las PASO, un claro triunfo, por más de tres puntos de diferencia, y que no cumplió. Sin embargo, está claro que el nuevo asesor de la ex presidenta le ganó la pulseada al ala política, porque todos los días convence a la candidata de hacer cosas que jamás habría hecho. La entrevista con Luis Novaresio es una. Movilizarse para concretar el reportaje hasta las oficinas de Daniel Hadad, a quien había considerado, durante los últimos años de su mandato, como uno de sus archienemigos, parece más increíble todavía.
Gutiérrez y otra asesora que trabaja para Unidad Ciudadana de manera extraoficial no sólo le aconsejaron a Cristina que dé reportajes a periodistas que no son "del palo". Le pidieron que también pensara en hacerlo con quienes la critican y denuncian desde hace muchos años. Ella viene aceptando a regañadientes casi todas las sugerencias. Ya hizo varios off the record con periodistas y dueños de medios a los que había llegado a endilgarles delitos en tiempos no tan lejanos. Tiene en su carpeta pedidos de entrevistas de Jorge Lanata y, por supuesto, también de La cornisa.
Que los reportajes se concreten no depende tanto de su humor ni de la insistencia de los productores, sino de la necesidad de votos que ella tenga días antes de las elecciones. El verdadero problema de Cristina no es la nueva máscara que se quiera colocar, sino lo que verdaderamente piensa y cómo influye ese pensamiento en quienes la siguen de manera incondicional.
En ese bar donde el dirigente de La Cámpora comunicó a la militancia el nuevo "instructivo" para conseguir los votos que no llegan, la reacción inmediata fue de verdadero desasosiego. Los más honestos se preguntaban si la nueva bajada de línea también implicaba, por ejemplo, abandonar la lucha para que aparezca con vida Santiago Maldonado. O dejar de tomar las escuelas en contra de los nuevos planes del Ministerio de Educación del gobierno de la ciudad. Si fuera por Gutiérrez-Rubí, el cristinismo tendría que dejar de insistir en el caso Maldonado, porque "la gente" ya ha dictaminado que se trata de un asunto grave, pero inflado y aprovechado por el cristinismo para arañar los votos que se le escapan. Con respecto a las tomas de escuelas, las encuestas cualitativas también son contundentes. Los consultados no dejan de criticar al gobierno de la ciudad, pero consideran, por abrumadora mayoría, que los adolescentes están "manijeados" por agrupaciones políticas cuyo único objetivo es horadar la imagen de "Macri gato".
La verdad es que todas las movidas de Cristina y sus muchachos, inmediatamente después de las PASO, terminaron siendo funcionales a Cambiemos y al gobierno nacional. Un dirigente de la Capital que se reconoce cristinista, pero que no come vidrio, me dijo, profundamente preocupado: "Estamos entrampados en el clima de esta nueva época. Durante mucho tiempo subestimamos a Macri y a Durán Barba, pero ellos demostraron que son más inteligentes que nosotros. Y nuestras alternativas son una mala y otra peor. Porque podemos descristinizarnos, pero de inmediato perderíamos nuestra esencia, que es lo que nos permitió obtener casi el 35 por ciento de los votos en la provincia. ¿Qué nos queda por hacer? ¿Dejar de buscar a Maldonado? ¿Decir que tenemos una reforma educativa mejor? Me parece que ya es demasiado tarde para eso". Tiene razón. Las máscaras no son más que eso: algo que se coloca encima del rostro verdadero. Y la verdadera Cristina no es ésta, sino la que espanta a más del 60 por ciento de los argentinos.