Todos los gobiernos del mundo suelen utilizar a los ídolos deportivos, los artistas y los íconos populares para contagiarse de su "imagen blanca" y conseguir votos por esa vía. Pero el gobierno de Kirchner es uno de los que más abusa de esa práctica, sin el más mínimo sentido del decoro. Su intención de hacerlo con Diego Maradona aún después de la derrota frente a Alemania, es solo la más reciente, pero la lista de personajes a los que la presidenta Cristina Fernández y el ex presidente Néstor Kirchner intentaron pegarse para recibir un poco de su imagen positiva es interminable. Solo para recordar a algunos de los más notables y con un orden arbitrario: Mercedes Sosa, David Nalbandian, Hebe de Bonafini, Juan José Campanella, Ricardo Darín, Fito Paéz, Estela de Carlotto, Pablo Echarri y Soledad Pastorutti.
Hay casos, como los de Bonafini, Teresa Parodi y Florencia Peña en que las figuras se abrazan con convicción al proyecto político y lo apoyan sin dudar. Pero en la mayoría, los deportistas y los artistas son concientes del "trueque", tratan de no mezclarse en el barro de la política o deciden, sin culpa, sacarle al vínculo con el gobierno de turno todas las ventajas económicas o de reconocimiento que puedan obtener.
Además de exhibirlas sin pudor, el kirchnerismo amplió la lista de utilizables a figuras respetadas por algunos pero más discutidas, como el filósofo José Pablo Feinmann y el relator deportivo Víctor Hugo Morales, a quienes se ocupan de masajearles el ego y facilitarles contratos o ingresos extras con una dedicación que no tiene antecedentes.
Hace poco le pregunté a la presidenta de Abuelas de Plaza Mayo y precandidata al Premio Nobel de La Paz, una de las dirigentes humanitarias a la que considero más coherente y honesta, si no era conciente de que, además de apoyarla, el gobierno la estaba utilizando. Se encontraba en Sudáfrica, muy contenta, después de haber conocido en persona a Diego Maradona. Ella me respondió sin dudar. “Soy conciente. Pero estar aquí no significa que ignore algunas de los errores que comete este gobierno. De cualquier manera, debo decir que ninguna otra administración hizo tanto por los derechos humanos como la que empezó Kirchner en 2003”.
La respuesta de Carlotto es reveladora. Confirma que, así como Kirchner no tiene ningún prurito en apropiarse de la bandera de los derechos humanitarios para blanquear las malas prácticas de su administración, tampoco duda en llevar adelante decisiones políticas favorables a las causas que aquellas figuras prestigiosas representan.
Sus críticos sostienen que ahora parece estar haciendo lo mismo con el proyecto de ley a favor del matrimonio entre homosexuales. Dicen que nunca había demostrado la más mínima preocupación sobre tan enorme asunto, y que ahora lo usa como emblema para ponerse enfrente de la Iglesia en general y el cardenal Jorge Bergoglio en particular.
Los que creen de verdad en la defensa irrestricta de los derechos humanos y quienes están desde el principio a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo discriminan con inteligencia el uso de sus banderas con el beneficio político que le pueda llegar a reportar a Kirchner.
Igual que Maradona –quien usó a los Kirchner para asumir y mantenerse como director técnico del seleccionado argentino pero no los apoyará en público ni los votará– los militantes por la igualdad de derechos comprenden la diferencia entre contar con la ayuda del gobierno y comprar, con moño incluido, el paquete completo del modelo K.
En este sentido, la inescrupulosidad oficial ha tenido un efecto secundario beneficioso.
Ya casi nadie puede ser engañado de manera tan burda y tan lineal. Ya casi nadie compra la idea de que pegarse a un personaje o una causa puede asegurarle al político de turno los votos que no consigue por su gestión o su conducta personal.
Publicado en El Cronista