La encendida polémica sobre el matrimonio entre homosexuales no debería estar contaminada por intereses políticos ni religiosos, sino dominada por la honestidad intelectual y la libertad de conciencia.

Para empezar, quiero dejar sentado, una vez más, que estoy a favor de la iniciativa porque defiendo la igualdad de derechos y no creo que la elección sexual sea un impedimento para gozar de ellos. Tampoco encuentro razones científicas o emocionales para que una pareja de homosexuales no pueda contraer matrimonio, adoptar niños, compartir la obra social o gozar de los mismos derechos hereditarios que tienen los heterosexuales cuando su pareja muere.

Soy consciente de que Néstor Kirchner y la presidenta Cristina Fernández se subieron al tren de la ley de matrimonio entre homosexuales tarde y mal, igual que lo hicieron con las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, el Fútbol para Todos o la popularidad, aún discutida, de Diego Maradona. No ignoro que su tardía defensa del proyecto tiene una segunda intención: la de competir con el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, porque ese enfrentamiento les resulta funcional a su proyecto político de progresismo superficial e infantil. En ese sentido, la jerarquía de la Iglesia, calificando como una guerra entre Dios y el Diablo a este debate legítimo, le hace al Gobierno un enorme favor. El de presentarse como una organización anacrónica e inflexible, alejada de la vida cotidiana y los cambios culturales.

No comparto los métodos kirchneristas de subir al avión oficial a senadores que iban a votar en contra de la ley o presionar a legisladores a través de la chequera sólo para salirse con la suya. Para muchos, todavía sigue siendo muy importante cómo se aprueba una ley, y no sólo el hecho de que se sancione. Pero también me parece muy grave que se use a los niños de colegios católicos como activistas inocentes en contra de la ley, cuando está claro que se trata de un asunto de adultos. Estoy seguro de que la Iglesia Católica en el mundo sería mucho más comprendida si sus autoridades tuvieran la mente más abierta y empezaran por aceptar la diversidad de la condición humana por encima de una supuesta y única verdad.

Aunque no los comparto, parecen atendibles algunos argumentos de quienes se oponen a la ley de matrimonio gay. En especial los que sostienen que el tema merece un debate más profundo y menos viciado por los intereses políticos y religiosos. Sin embargo no tengo dudas de que las posiciones de quienes no la quieren, son muy parecidas, en perspectiva, a las que en su momento plantearon que la ley de divorcio llevaría a la destrucción de la familia y el retroceso de toda la sociedad.

Cuando se discuta en el recinto de la Cámara alta la posibilidad de aprobar o no el matrimonio entre homosexuales, se deberá tener en cuenta que el proyecto se impuso por amplia mayoría en Diputados, una organización que por su número y su conformación, suele expresar intereses más diversos y complejos que el Senado, donde prevalecen los intereses de las provincias por sobre los de todo el colectivo social.

Sea cual fuera el resultado tampoco se debería ignorar lo que sucede hoy en la Argentina, más allá de la legislación vigente.

Hay miles de parejas homosexuales que viven en armonía matrimonial, aunque todavía no se hayan unido en matrimonio. Existen miles de niños que han sido adoptados por mujeres y varones solteros, y hoy son criados por parejas de homosexuales con el mismo amor y la misma contención que muchos otros hijos a los que crían y educan un papá y una mamá. Cientos de lesbianas ya han recurrido a métodos como la inseminación artificial para concebir a sus hijos sin necesidad de enterarse de quién es el padre. Muchos homosexuales varones fueron ayudados por mujeres "amigas" o "desconocidas" para cumplir el deseo de "tener" un niño sin "la obligación" de compartir la vida con ellas. Ahora mismo, hay muchos adolescentes o jóvenes adultos que viven con "dos papás" o "dos mamás" porque sus padres o sus madres, en algún momento de la vida, decidieron cambiar su amor heterosexual por otro homosexual.

Más allá del aprovechamiento político del kirchnerismo y de la pretensión de la Iglesia de imponer un solo modelo de familia por encima de otros, hay una dinámica social que avanza con fuerza y sin hacerle daño al otro. Más tarde o más temprano las leyes convalidarán los derechos de esas minorías, porque no hay interés político o religioso que pueda detener la realidad durante mucho tiempo más.

 

Especial para lanacion.com