Néstor Kirchner, el Gran Titiritero, ha vuelto al estilo de hacer política que más réditos le otorga: se muestra como un hombre de paz pero manda a sus empleados y seguidores a "la guerra sucia", mientras él mismo opera sobre sus adversarios del oficialismo y la oposición.

Alentado por las encuestas, el ex presidente parece haber entendido que no es negocio descalificar en persona todo el tiempo a quienes considera sus enemigos, pero sigue siendo muy fructífero mandar a sus títeres para esmerilar a Mauricio Macri, Elisa Carrió, Eduardo Duhalde, el Grupo Clarín y los periodistas que no escriben ni hablan al compás de sus deseos.

Ahora mismo, su ejército de incondicionales tiene un poder de fuego y de reacción que nadie hubiese imaginado cuando el proyecto K era visto como un sueño para hacer un país más justo, y no, como resulta ahora, una maquinaria muy bien aceitada para perpetuarse en el poder.

Actrices y actores conocidos y reconocidos, cantautores que ya pasaron su época de apogeo, locutores, filósofos egocéntricos y ex periodistas de investigación que durante el menemismo dieron cátedra de cómo se denuncia al poder, tomaron la decisión de embadurnarse con el barro de la política chica
, seducidos por un llamado de Kirchner, una conversación con Cristina Fernández, contratos en la televisión pública o promesas de diversos proyectos financiados por el Estado nacional.

Hay que aclarar enseguida que no a todos los moviliza un interés económico o personal. Y hay que reconocer que a la mayoría de ellos el ex presidente les dijo o les mandó a decir exactamente lo que necesitaban escuchar: que son los mejores en su disciplina, que este gobierno tiene muchas cosas para corregir pero que ahora los necesita, más que nunca, para detener el avance de la derecha, el capital concentrado y quienes esperarían, agazapados, con la intención de destruir los logros alcanzados en materia de derechos humanos y diversidad social.

El Gran Titiritero ya no sale a insultar ni agraviar a Héctor Magnetto o a Duhalde. La Presidenta tampoco menciona por su nombre y su apellido a los referentes de la oposición. Sólo utilizan términos menos precisos como "las corporaciones" o "quienes hundieron al país en la crisis más grave de toda su historia" para hablar del Grupo Clarín y la oposición política. Y luego llaman por teléfono desde su casa de El Calafate a los ministros Aníbal Fernández o Héctor Timerman, a los jefes de los bloques del Frente para la Victoria en el Senado, Miguel Pichetto, o en Diputados, a Agustín Rossi, o al ultrakirchnerista Carlos Kunkel para ordenarles que apunten a la cabeza de los políticos y los periodistas que con sus críticas y sus denuncias afectan el sueño de Kirchner de perpetuarse en el poder.

Eso sí: de la rosca política se encarga el propio ex presidente. Y lo hace con la misma efectividad de la que se enorgullecía Carlos Menem cuando ocupaba la primera magistratura. En la provincia de Buenos Aires, donde debería ganar con el 50 por ciento de los votos si aspira a triunfar en la primera vuelta de las presidenciales, acaba de desplegar su "arte" para cercar al gobernador Daniel Scioli y aplicar su método "abrazo de oso" con la intención de "contaminar" de kirchnerismo a figuras con imagen positiva como Sergio Massa y Santiago Montoya. Los dos últimos, y también los intendentes que hoy ganan en sus distritos con relativa facilidad, rezan para que no se publiquen las fotos de sus encuentros sonriendo junto al presidente del Partido Justicialista. "Para los que ganamos con más del 50 por ciento de los votos, Kirchner es piantavotos", reconoció uno que brilló por su ausencia en el lanzamiento de la agrupación de Alicia Kirchner.

Sobre su juego para romper un posible acuerdo entre peronistas no kirchneristas sólo se sabe que obtuvo una media palabra del gobernador de Chubut, Mario Das Neves, para competir contra él en las internas de agosto.

Todavía no es mucho pero parece mejor que nada.

Kirchner sabe que cada día que pasa, con su figura como candidato instalado y la demora del "panradicalismo" y el "pamperonismo" para definir a los suyos, crece más la sensación de "falta de alternativas válidas" al proyecto de poder oficial.

La discusión que ahora cruza a toda la oposición es sobre el manejo de los tiempos.
Unos pretenden apurar las candidaturas y otros prefieren esperar un repunte en las encuestas.

Los más apurados son Mauricio Macri y Ricardo Alfonsín. Ellos aparecen, en todas las encuestas, como los candidatos a presidente con más intención de votos para la primera vuelta. Macri quisiera acordar con el peronismo no kirchnerista ahora mismo, para evitar que la comisión investigadora de la Legislatura y ahora el derrumbe de Villa Urquiza lo transformen en un moribundo político.

Los que sostienen que todavía hay mucho tiempo son Julio Cobos, Eduardo Duhalde, Elisa Carrió, Francisco De Narváez y Felipe Solá.

Cobos, porque le convendría competir con Alfonsín en internas abiertas donde votaran no solo la militancia de la Unión Cívica Radical sino "los independientes" que lo vislumbran como alternativa al estilo autoritario de los gobernantes K.

Duhalde, porque piensa que el tiempo hará bajar su todavía alta imagen negativa y subir su todavía baja imagen positiva.

Solá, porque espera que su figura levante vuelo de una vez.

De Narváez, porque tiene la esperanza de que Carlos Reutemann aparezca, a último momento, sobre una alfombra roja para enfrentar a "El Loco" sin haber sufrido el desgaste de los otros postulantes. También porque tiene una mínima expectativa en que la justicia lo deje competir por el trofeo mayor.

Y finalmente Carrió prefiere no apurarse, porque espera el milagro de ser considerada "la única salida honesta" para terminar "con el gobierno más corrupto de la historia".

Mientras tanto, el Gran Titiritero, con el dinero del Estado en una mano y los números de las encuestas en la otra, disfruta de este momento de confusión.

 

Especial para lanacion.com