Otra vez, Néstor Kirchner pone al campo denominado progresista en una falsa disyuntiva. ¿Hay que apoyar el proyecto de ley que declara el uso del papel de interés nacional y permitiría regular al Gobierno y al Congreso la producción y distribución del insumo básico para informar al país? Desde el puro sentido común, a la Argentina le haría bien que todos los medios que lo necesitan pudieran comprar el papel en condiciones igualitarias. Lo mismo que le haría bien una ley de medios que equilibrara el poder de las empresas más grandes y fuertes con la más pequeñas y débiles que existen, por ejemplo, en las provincias. El problema, otra vez, está en que Kirchner dice que quiere el cambio para luchar contra los poderes concentrados, pero lo único que persigue, como ya lo demostró en Santa Cruz y en el resto del país, es restarle poder al periodismo crítico que no trabaja para él.

Sostiene uno de los políticos más inteligentes de la Unión Cívica Radical, el senador nacional Ernesto Sanz:

–A Kirchner no hay que creerle lo que dice. Hay que prestarle atención sobre lo que hace. A Kirchner no hay que mirarle la boca, sino las manos.


Fuentes vinculadas a Clarín y la oposición afirman que el Gobierno no anunció la expropiación o la intervención de Papel Prensa porque a último momento la Presidenta se dio cuenta de que el informe confeccionado por Guillermo Moreno estaba flojo de papeles. En cambio, un ministro que habla con el ex presidente todos los días me comentó:

–Fue una jugada magistral. Gracias a esta movida, Papel Prensa dejará de ser un monopolio y Clarín empezará a desangrarse por su corazón, que es el diario.

Haya sido un grosero error de cálculo o una movida genial, la pura verdad es que la declaración de Isidoro Graiver terminó de restar credibilidad a la hipótesis de que Papel Prensa fue adquirida en una mesa de tortura. Al contrario, todo este desbarajuste tiende a confirmar lo que una buena parte de la sociedad sospecha sobre los Kirchner: que serían capaces, incluso, de manipular la memoria histórica con el único objetivo de perpetuarse en el poder.

La conducta de la mayoría de los grandes medios, incluidos, por supuesto, Clarín y La Nación durante la dictadura, fue acomodaticia y funcional a sus vínculos con el Gobierno, salvo notables excepciones, como Robert Cox, director del Buenos Aires Herald, y los más de cien periodistas desaparecidos que no tuvieron oportunidad de discutirlo. Pero una cosa es analizar aquella conducta colectiva reprochable, y otra cosa es acusar a dueños de medios como Héctor Magnetto de haber participado activamente de la tortura y la represión.

Lo que sorprende, una y otra vez, es la capacidad de Kirchner para señalar con el dedo a sus enemigos, sin explicar, ni siquiera por encima, su propia conducta histórica. Está probado que el ex presidente ignoró durante años a cualquier organización de derechos humanos que necesitara su apoyo. También que no fue él ni su esposa quienes impulsaron la derogación de las leyes de obediencia debida y punto final, sino Patricia Walsh, con el apoyo de Elisa Carrió. Aunque su política de derechos humanos fue muy positiva y activa desde 2004 en adelante, sus más importantes acciones fueron simbólicas (recuérdese la baja del cuadro del dictador Jorge Videla) o a través de la entrega de fondos públicos a organizaciones como Madres de Plaza de Mayo.

Así como no tuvo militancia humanitaria ni adhirió a las organizaciones que promovieron el matrimonio igualitario desde el principio, sino que apoyó la ley por puro cálculo político, a Kirchner nunca le preocupó demasiado la concentración mediática o la libertad de expresión. Al contrario: en Santa Cruz, mientras fue intendente de Río Gallegos y gobernador de la provincia, se dedicó a seducir a periodistas y medios con pauta oficial y a ignorar o atacar a profesionales que cometieron el pecado de criticarlo o denunciarlo.

Ahora, Kirchner va por todo, una vez más, con el discurso del Quijote que lucha contra el Mal Absoluto ¿Pero quiénes pueden creer que detrás de su lucha se esconde la búsqueda de una sociedad más democrática y equilibrada?

Lo repiten, como una consigna vacía de contenido, sus empleados políticos, sus militantes rentados y su cada vez más poderoso pool de medios y periodistas adictos.

También es cierto que todavía hay mucha gente que, de buena fe, sigue viendo a Kirchner como una especie de revolucionario capaz de "doblarle el brazo a las corporaciones". Ese núcleo duro de apoyo no le alcanza para ganar las elecciones del año que viene. Sin embargo, desde la lógica política y psicológica de "El Loco", representa el combustible para poner en marcha cada nueva operación política, como la de Papel Prensa.

El problema es que las decisiones del ex presidente son cada vez más audaces y menos elaboradas. Y, por lo tanto, más dañinas para las instituciones y la mayoría de la sociedad.

 

Publicado en El Cronista