La brutal ofensiva del gobierno contra quienes considera sus enemigos invita a formularse una pregunta que todavía no fue planteada como corresponde: ¿Funciona Néstor Kirchner como el jefe de una fuerza democrática o como el líder de una "secta autoritaria", cuyo objetivo final es perpetuarse en el poder, sea como sea?
Los expertos en sectas destructivas las definen como grupos encabezados por un líder mesiánico, que se supone que es portador de la verdad absoluta.
Si cualquier lector no contaminado se detuviera a pensar cómo fue que se gestó, por ejemplo, la estrategia de presentación del informe sobre Papel Prensa, concluirá que ningún seguidor de Kirchner tendrá margen para dudar o disentir sin correr el riesgo de ser considerado un infiltrado.
Para que se entienda bien: si uno está "con el proyecto" deberá gritar a los cuatro vientos que la empresa fue arrancada a Lidia Papaleo, en una mesa de tortura, lo que constituye un delito de lesa humanidad.
Los testimonios que prueban lo contrario, por supuesto, no parecen tener ninguna importancia. Como no parece tener ninguna importancia el fracaso en la obtención de los ADN de Marcela y Felipe Noble Herrera, a quienes se presentó como hijos de desaparecidos apropiados por la dueña de Clarín, aunque los jueces todavía no hayan conseguido ni una sola evidencia.
Dentro del kirchnerismo, igual que en las sectas, la palabra del líder se asume como dogma de fe, y no se permite discrepar a los adeptos. Cualquiera que lo haga, será expulsado de la organización y perseguido sin piedad.
Alberto Fernández, Roberto Lavagna, Luis Juez, Sergio Acevedo y Miguel Bonasso, en diferentes momentos y por distintas razones, fueron y siguen siendo considerados herejes. Lo mismo les sucede a medios y periodistas que supieron elogiar y acompañar al gobierno durante los primeros años de gestión. "Traidores hijos de puta" es la calificación más repetida que se escucha de la boca del líder para referirse a ellos. "Traidores hijos de puta" escriben los seguidores de las sectas en los blogs, como un rezo laico, casi todos los días.
Las sectas destructivas suelen controlar la información que llega a sus adeptos y les impiden cualquier vínculo con el mundo exterior. Lo hacen porque no quieren ser contaminados por otra realidad que no sea la que ellos relatan.
Cualquier parecido con este Gobierno, donde la mayoría de los ministros solo pueden hablar con medios o periodistas que responden a "la causa", previa autorización del líder, o hacerlo a las escondidas en hoteles o casas particulares, no es pura coincidencia. Es un dato serio y preocupante.
Un lunes del pasado mes de mayo, uno de los miembros del gabinete que con más virulencia defiende en público las decisiones del líder, me dijo, por teléfono: "Con vos está todo bien. El problema es el libro que escribiste. Y no porque hayas mentido. Pero si hablo con vos, o si me ven con vos, muchos van a creer que estoy "fuera del proyecto"".
La conducta del alto funcionario es la misma que suelen tener las segundas líneas de las organizaciones sectarias. Éstas funcionan como el vínculo perfecto entre el líder intocable y los seguidores acríticos. Sin embargo, suelen no acompañar al líder hasta el final a la hora del "suicidio colectivo".
Las sectas destructivas, además, tienen una visión maniqueísta del mundo. Dividen a la civilización entre buenos y malos, réprobos y elegidos. Es decir: o estás con el gobierno o sos un empleado de Héctor Magnetto o el Grupo Clarín. O descalificás cada cinco minutos a Mauricio Macri, Eduardo Duhalde, Francisco De Narváez o Elisa Carrió o sos funcional a la derecha. O considerás a Cristina Fernández la reencarnación de Eva Duarte de Perón o sos funcional a quienes practican la discriminación de género.
Pero esto no es todo.
Las sectas destructivas no permiten la libertad de expresión a los miembros del grupo, practican el culto a la personalidad del líder y se caracterizan por una radicalización creciente, que en el caso de los conversos alcanza niveles exorbitantes.
Ejemplos notables de los nuevos sectarios K son un filósofo y un periodista de voz grave que presentaron el discurso de la presidenta del 24 de agosto como una pieza literaria y revolucionaria.
"El análisis de Cristina Fernández fue excesivamente rico para una sola nota", sentenció el filósofo K. "Lo solvente de la impresionante pieza oratoria desplegada por la Presidenta" arrancó el periodista, con su lenguaje afectado. ¿Era necesario llegar a tanto?
"Lavado de cerebro" es otro concepto que se asimila a las sectas religiosas y que, en determinados casos, podría aplicarse a artistas que jamás manejaron el lenguaje político y ahora hablan de "grupos hegemónicos" y "poderes en las sombras" al mencionar a personas con quienes, hasta el año pasado, compartieron trabajo y vida personal, como si nunca hubieran pertenecido a sus afectos.
¿Lo hacen por convicción o por interés? Es otra de las preguntas que todavía no tiene una respuesta única. A veces la convicción lo domina todo. Otras, el interés desplaza a los sentimientos morales. Y, en algunos casos, para usar el lenguaje de algunos kirchneristas, la legítima defensa de los ideales resulta funcional a los negocios personales.
¿Por qué, si son partidarios del bien, los miembros de la secta justifican los hechos de corrupción, el estilo prepotente y autoritario y la incoherencia que significa tratar como enemigo a los que hasta hace nada eran amigos íntimos?
Porque el líder los han convencido de que son parte de un sueño mayor, más importante y transcendente. Y que, en el camino, se puede cometer casi cualquier pecado, porque resulta anecdótico comparado con la envergadura del objetivo final.
Especial para lanacion.com