(Columna publicada en Diario La Nación) Hugo Moyano es el sindicalista más poderoso de la historia de la Argentina. Ni Augusto Timoteo Vandor, ni Lorenzo Miguel, ni ningún otro en ninguna época tuvo tanto poder económico y político ni la capacidad de apriete y extorsión que tiene hoy el líder de los camioneros argentinos.
Hay que empezar por aclarar lo obvio para explicar después por qué está tan nervioso. Hay que investigar por qué si dice que no tiene miedo de ir preso, lo repite a cada rato y pone esa falta de temor como uno de los ejes de la negociación de las nuevas paritarias.
La semana pasada hizo algo inusual: asistió a la primera reunión que se celebró en el Ministerio de Trabajo. Estaba muy demacrado y muy nervioso. Parecía Guillermo Moreno, en aquella recordada asamblea de Papel Prensa cuando gritó: "¡Aquí no se vota!". Fue raro. Porque en los últimos años, mandaba a los primeros encuentros a su hijo Pablo para que hiciera de "policía malo". Y Hugo se reservaba la lapicera para el acuerdo final. Pero durante la última reunión les "ladró" de mala manera a los empresarios del transporte que estaban ahí en representación de la Federación Argentina de Empresarios del Transporte Automotor de Cargas (Fadeeac). Les gritó, textual: "Los voy a hacer mierda a todos. Son todos cagones. Por eso nadie le tira al Gobierno. Los cagan con los peajes, con los impuestos, con las naftas y ustedes no reaccionan. Prepárense porque no vamos a bajar del [pedido del] 27%. Y a partir del lunes empiezo los paros. Y ahí se van a dar cuenta de quién carajo soy. Porque voy a parar todo el país. Va a ser peor que el paro de los camioneros en Brasil".
En el incoherente discurso que dio ayer, en Cañuelas, Moyano me llamó "alcahuete" "rufián" y "chupamedias". Es evidente que no entiende cómo funciona el periodismo. Estaba fuera de sí porque distintas fuentes me revelaron el contenido de la primera reunión en el Ministerio, y porque no consiguió averiguar quién había sido.
El paro de los camioneros en Brasil, que usó como ejemplo, se extendió durante 11 días. Le generó al país pérdidas por más de 20 mil millones de dólares. En cierto momento, se paralizaron por lo menos seis estados de los 27 que tiene Brasil. Y, por supuesto, algunos de los más grandes, como San Pablo, Río de Janeiro y Brasilia. La formidable medida de fuerza generó desabastecimiento de combustibles, alimentos y medicamentos. Y provocó la renuncia del presidente de Petrobras, Pedro Parente, quien había ordenado los últimos incrementos del gasoil. El origen de la huelga fue un pedido de los choferes para que se bajara o subsidiara el precio de los combustibles. Es decir: la misma queja que planteó Moyano padre en la primera cita paritaria. Idéntica exigencia de los dueños de camiones que vinieron desde el interior del país y cruzaron con sus enormes vehículos los principales accesos y puntos neurálgicos del tránsito de la ciudad.
Estos dueños de camiones se encargaron de aclarar ante los medios que no tienen nada que ver con el sindicato de Moyano. Deberían ser más honestos y aceptar que sus intereses parecen calcados. El viernes el hombre del camión había anticipado a sus afiliados, en la puerta de la sede central de la Federación, que se prepararan para una larga pelea con el Gobierno. Y este lunes empezaron las asambleas informativas de más de cuatro horas en cada una de las plantas, las que constituyeron paros encubiertos y descuajeringaron toda la distribución de transporte de bebidas colas, sin alcohol y cerveza en una buena parte de la ciudad.
Si se lo propusiera, y montado en su legítimo reclamo sindical, Moyano podría detener el país, hacer que los camiones de combustible no lleguen nunca a las estaciones de servicio. O que los vehículos de caudales no carguen de manera fluida los cajeros automáticos. Podría inundar las calles de la Argentina con basura, si decide convocar un paro nacional de recolectores de residuos. Y podría también interrumpir el traslado de alimentos a través del bloqueo de las rutas y los puestos de peaje.
Hace 20 años, Moyano no era tan poderoso. Fue primero el gobierno de Carlos Menem pero más el de Néstor Kirchner el que le empezó a entregar, sin chistar, muchas de las "armas" que hoy esgrime, a cambio de paz social. En marzo de 2004, Moyano le dijo a Diego Cabot: "Desde los camiones atmosféricos hasta los camiones de caudales. Desde la mierda hasta la guita, vamos por todo". Su historia de lucha es un tanto sinuosa. Tiene 74 años, nació en La Plata, pero enseguida se tuvo que ir a vivir a Mar del Plata. Se subió a un camión por primera vez a los 16 y a los 18 ya era delegado sindical de la empresa en la que trabajaba. Los años 70 lo encontraron del lado de la peor derecha peronista, representada por la Concertación Nacional Universitaria, uno de los embriones de la terrorífica Triple A. Carlos Petroni, un exdirigente del Partido Socialista de los Trabajadores, querellante en los juicios por la verdad que se tramitan en La Plata, acusó a Moyano de reunirse por lo menos una vez por semana con "esos asesinos". También de "haber hecho negocios" con algunos de los acusados de "exterminar a estudiantes y trabajadores". Miembro de la Comisión Directiva de Camioneros, fundó la Juventud Sindical Peronista (JSP) cuando era delegado regional de la CGT. Petroni dijo, en su momento: "La JSP se destacó por ejecutar decenas, centenas, diría, de atentados contra activistas de un bloque de sindicatos de izquierda".
En la recordada pelea con Patricia Bullrich, la entonces ministra de Trabajo se encargó de refrescarle que el buchón, o el alcahuete, el chupamedias, había sido él. En realidad, Moyano fue y vino varias veces. En 2001 denunció a los senadores del presidente Fernando de la Rúa de pagar coimas con el objeto de aprobar la ley de flexibilización laboral. Entre 2004 y 2008, les quitó a otras organizaciones la representación de miles de trabajadores sindicales. Con la ayuda del entonces ministro Carlos Tomada, llegó a agrupar a 200.000 afiliados. En 2006 el sindicato compró una aseguradora. Ese mismo año Kirchner le entregó el 5% del Belgrano Cargas. Se lo sigue vinculando al Instituto Verificador del Trasporte (Ivetra), empresa que se dedica a fiscalizar los camiones y las cargas. A partir de 2009, Ivetra también controla los accesos al puerto de Buenos Aires. En 2009 compró un lujoso hotel en Pinamar. Desde hace más de una década se le adjudican fuertes vínculos con la empresa de residuos Covelia. También se sospecha que tiene fuertes intereses en OCA.
Con Néstor y Cristina también fue y vino, y ahora decide junto a ella cuestiones estratégicas. Con Macri comía milanesas en la quinta de Olivos hasta agosto de 2016. Pero ya antes le había "chupado las medias" diciendo que comprende a los trabajadores mucho más que cualquier peronista. Ahora, como no le da lo que quiere, lo acusa de querer meterlo preso. Tiene ocho causas abiertas. Por lavado, enriquecimiento, vaciamiento de la obra social, adulteración de medicamentos y como presunto miembro de una asociación ilícita dedicada a apretar a jugadores y técnicos del club que preside.
Más que por los trabajadores, pelea por su propia libertad.