(Columna publicada en Infobae y presentada en Radio Berlín) En minutos más, empezará un debate histórico, cuyo resultado, todavía es incierto. Y mañana a la mañana, todos sabremos si el proyecto de ley que despenaliza el aborto y permite acceder a esa práctica de manera gratuita, segura y consciente, obtendrá media sanción y estará listo para ser discutido en el Senado.

La brecha entre quienes están a favor de la idea y quienes se oponen se viene acortando con el correr de las horas.

Las probabilidades de que gane el sí avanzan a medida que pasa el tiempo. Y lo hacen en el medio del siglo de la mujer, en plena discusión y avance de las políticas de género.

¿Qué quiero decir con esto? Que más tarde o más temprano, este año, el otro o el que sigue, la legalización de la interrupción del embarazo sucederá. Y esta mirada en perspectiva debería servir tanto para quienes están ansiosos porque el proyecto sea aprobado ahora mismo, como para quienes siguen resistiendo la llegada del futuro.

Por eso, en medio de tanta ansiedad es importante mirar un poquito más allá y comprobar que el futuro ya llegó.

Y entre quienes tenemos la edad adulta que marcó el final de la dictadura y el reinicio del sistema democrático esto es más que evidente.

Sucedió en 1985, cuando, después de tanta resistencia, se promulgó la ley de divorcio. Los que estaban en contra auguraban una ola masiva e incontenible de divorcios a lo largo y a lo ancho del país. Vaticinaban la destrucción total y completa de la familia argentina. Pero lo que pasó es que la vida real fue menos dramática y más diversa.

Ahora, el crecimiento de las familias ensambladas dejó a la vieja discusión sobre el divorcio mucho más lejos y más ajena.

Algo parecido aconteció con la ley de matrimonio igualitario. Fue aprobada, de manera sorpresiva, debido a una inteligente estrategia de las organizaciones que defienden la diversidad sexual, cuyos líderes instalaron el debate de manera inteligente y racional. Y el mundo, sin embargo, no colapsó. Al contrario: la sociedad argentina, de alguna manera, se hizo en este sentido más respetuosa y tolerante.

Ahora mismo, las posiciones de rechazo más extremas sostienen que la aprobación del proyecto de legalización impulsará el perverso negocio del aborto público y privado, legal y caro. También afirman que el aborto se transformará en el más popular método anticonceptivo.

No lo creo. Pienso que, si se transforma en ley, lo que sucederá será mucho menos dramático y apocalíptico de lo que plantean los agitadores del miedo.

Servirá, entre otras cosas, para que haya más información, más conciencia, menos abortos clandestinos, inseguros y con riesgo de muerte.

Y todo eso, sin mencionar las secuelas psicológicas que una práctica oculta y asociada equivocadamente al delito conllevan en las mujeres que abortan ahora.

Pero supongamos por un momento que, en efecto, la propuesta no supere la barrera de la Cámara de Diputados. O incluso que se apruebe pero que luego, como todo lo hace preveer, el proyecto sea rechazado por la mayoría de los senadores nacionales. Habrá entonces que no desesperar. Insistir. Concientizar más, y con mejores argumentos. Lo que no estaría bueno es llevar, una vez más, este complejo y trascendente debate de ideas al terreno de las chicanas personales y los prejuicios sobre el otro.

He intentado, en la medida de lo posible en este asunto, no levantar el dedo para decirte a vos ni a nadie lo que tiene que hacer.

En el fondo creo que la libertad tiene más que ver con eso que con la imposición de tu criterio o el mío.

Y que los cambios culturales y de paradigma son inevitables como los segundos, los minutos, las horas y los días.