Si de verdad le importa su lugar en la Historia y además hace una correcta lectura de su futuro, Néstor Kirchner debe de estar analizando cómo salir de la trampa en que lo coloca su destino político: la de transformarse en lo que hoy representa Carlos Menem para la mayoría de los argentinos.
Por más que lo quiera enmascarar con falsas pistas, ya se sabe que su profundo deseo es ser el candidato a presidente por el Frente para la Victoria (FPV). Primero había urdido la jugada de presentarse como el postulante excluyente con el atendible argumento de lograr que su esposa mantenga el poder hasta el último día del mandato. Pero sus amigos sostienen que ahora se enamoró de la idea y que es difícil que pueda dar marcha atrás. "Para Néstor, estar alejado de los verdaderos atributos del poder es un calvario y una incomodidad. No me lo imagino cuatro años del lado de afuera de la cancha, haciendo de técnico de Cristina", me dijo hace dos semanas un ex ministro que lo conoce muy bien y se jacta de saber cómo piensa.
¿Por qué el fantasma de Menem lo persigue? Porque, aunque falta un año para las elecciones generales, debe de estar previendo lo que "el círculo rojo" de los encuestadores y formadores de opinión ya da por descontado: que Kirchner ganaría en la primera vuelta pero que perdería en el ballottage frente a cualquiera, igual que Menem "perdió" por abandono contra él, porque más del 60 por ciento de los argentinos no estaba dispuesto a soportar cuatro años más de menemismo.
El 27 de abril de 2003, el riojano "triunfó", en el primer turno, con el 25 por ciento de los votos, y Kirchner logró el segundo puesto, con el 22 por ciento. Días después, el primero renunció al ballottage y su adversario lo acusó de cobarde. Estaba furioso, pero también angustiado por la mezquindad de un ex presidente que le había quitado la posibilidad de convalidar su poder con más del 70 por ciento de los votos.
Si hasta ese momento Menem gozaba de un mínimo respeto en ciertos sectores de la sociedad, lo perdió de manera rotunda con su huida y hoy es la figura política más repudiada por los argentinos.
¿Podría Kirchner repetir la historia del ahora senador o se presentaría igual a una segunda vuelta, aun sabiendo que pierde, para transformarse en el eje de una oposición capaz de "correr por izquierda" al futuro gobierno?
Falta todavía un año para las elecciones presidenciales y nadie debería subestimar el crecimiento de la imagen positiva de Kirchner y de la Presidenta desde marzo pasado. Sin embargo, los encuestadores más serios insisten en pronosticar una competencia entre tres grandes bloques, divididos en partes más o menos parecidas.
Según esta mirada, un tercio iría detrás de la candidatura de Kirchner. En este espacio, las posibilidades de alcanzar un 40 por ciento y garantizar así un triunfo en primera vuelta serían casi nulas.
Otro tercio, representado por el denominado "panradicalismo", con Julio Cobos o Ricardo Alfonsín a la cabeza, podría obtener más o menos votos de acuerdo con la conducta de Elisa Carrió, quien hoy está más cerca de romper que de acordar.
El otro tercio, entonces, le correspondería al "panperonismo". En este espacio, todavía, las candidaturas de Eduardo Duhalde, Alberto Rodríguez Saá, Mario Das Neves y Felipe Solá no despiertan la suficiente expectativa como para entrar en la primera y pasar a la segunda vuelta. Y los interrogantes, por ahora, son tres. Uno: si Carlos Reutemann se pondrá el traje de candidato a último momento. Dos: Si Daniel Scioli romperá con el jefe político que lo acaba de retar de nuevo en público. Y tres: si Mauricio Macri será bendecido por Duhalde y los demás, ya que aparece ganando frente a Kirchner en todos los escenarios de segunda vuelta.
Hubo una época en la que el ex presidente se dedicó a hablar de política en términos estratégicos. Sucedió a principios de 2008, cuando recibió a decenas de políticos, sindicalistas y hombres de negocios en su despojada oficina blanca de Puerto Madero. Allí repitió, en distintas ocasiones, y también frente a un empresario de medios y un poderoso dirigente sindical, que la opción para el proyecto que todavía encabeza sería muy clara: "Acumular mucha plata y mucho poder. Para seguir gobernando o para evitar ir preso y poder enfrentar a Clarín ", dijo en su habitual lenguaje directo, para que sus interlocutores entendieran bien.
El temor del esposo de la Presidenta tiene lógica. Ahora mismo, en los juzgados federales más importantes, hay causas abiertas que involucran a sus hombres de mayor confianza y también a Kirchner. Expedientes con acusaciones que van desde su presunta participación en una asociación ilícita hasta su presunta responsabilidad en delitos como lavado de dinero y tráfico de influencias.
Con dos intervenciones quirúrgicas en sus arterias y una agenda recargada por su propia dinámica para ejercer el poder, nadie se imagina al ex presidente solo y alejado de la pelea, esperando mansamente su destino, entre abogados que pelean para garantizar su libertad.
Sí es fácil vaticinar que si no consigue mantenerse en el poder, más gente entre la que hoy justifica sus acciones va a empezar a juzgarlo de la misma manera que ya lo están haciendo dirigentes progresistas como Miguel Bonasso, Víctor De Gennaro o Pino Solanas. Es decir, como alguien que utiliza los derechos humanos para justificar decisiones inexplicables o actos de corrupción; como alguien que "vende" transformaciones profundas que todavía no hizo.
Acostumbrado a jugar a todo o nada, obsesionado por anticiparse a la próxima movida de sus adversarios políticos y de negocios, Kirchner, como un apostador compulsivo, pone las fichas en un solo número: el suyo.
Especial para lanacion.com