(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) El presidente Mauricio Macri está como el piloto de un avión que acaba de protagonizar un aterrizaje de emergencia en el medio de una tormenta. Todavía los pasajeros siguen temblando. Y la tripulación también. Ahora hay que hacer, de inmediato, un relevamiento de los daños. Y más tarde revisar el aparato, para determinar qué reparaciones necesita la aeronave y cuándo estará de nuevo en condiciones de volar y llegar a destino. Las encuestas cualitativas y cuantitativas que sigue haciendo el Gobierno casi todos los días exhiben un nuevo escenario político, económico, social y anímico. Hoy, el sentimiento que prevalece en la mayoría de la sociedad no es la bronca o el enojo con la administración. Es el miedo.
El pánico a que vuelva, en cualquier momento, otra corrida cambiaria que provoque una nueva devaluación y otra considerable pérdida del valor del peso, los bienes y las propiedades. El Presidente lo sabe, y no lo considera, necesariamente, un dato negativo. Supone, que, al final, el miedo de que todo se vaya al diablo, también llegó al peronismo racional que quiera ganarle al oficialismo con buenas armas. Y considera que ese sentimiento va a ser determinante para que se apruebe el presupuesto del año que viene. La semana que pasó fue de alivio. La semana que se inicia no se sabe.
El Presidente está seguro que ni el paro de la CGT, ni siquiera el hecho de que el seleccionado argentino pase o no a los octavos de final, van a terminar siendo relevantes para seguir gobernando con cierta tranquilidad. "Lo único que importa en los próximos días es que el dólar no se dispare y pase de los 30 pesos. Todo lo demás es secundario", me dijo alguien cercano al jefe de Estado. En el Poder Ejecutivo consideran que Luis Caputo está manejando con pericia la mesa del dinero del Banco Central. Y que la nueva clasificación de Argentina de país de frontera a país emergente y el desembolso del primer tramo del préstamo del Fondo Monetario Internacional son hechos que van a servir para tranquilizar a los mercados de aquí a comienzos de la primavera, cuando vuelvan a subir las tarifas de agua, luz y gas. Otro ministro que habló en las últimas horas con Macri y que sabe interpretar encuestas sostiene que aunque sigue prevaleciendo "la mala onda", la "novedad del miedo" hizo que "se alinearan de nuevo los planetas".
Lo explicó así: "La devaluación del peso es una mala noticia pero también funciona como una alarma o un despertador. O mejor dicho: como un llamador para comprender la realidad. A principio de año decíamos que estábamos bien porque veníamos creciendo. Poco, pero crecíamos. Sin embargo, muchos minimizaban los datos. Ahora, que el mundo nos dejó de prestar y tuvimos que recurrir al Fondo para evitar un hiperajuste o una hiperinflación, de repente nos dimos cuenta de lo vulnerable que es la Argentina de verdad. Lo que nadie puede negar es que estamos piloteando en el medio de la tormenta, y que no lo estamos haciendo nada mal". Por supuesto, el ministro no tiene una respuesta adecuada a la pregunta de cómo el mejor gabinete de la historia no tuvo la habilidad suficiente como para evitar la corrida y la devaluación.
Apenas reconoce la mala praxis de Federico Sturzenegger en durante la última corrida. Apenas admite que el escenario político cambió para peor desde diciembre del año pasado, con la aprobación del recálculo de las jubilaciones, las críticas de Alfredo Cornejo y Elisa Carrió a la intensidad y la velocidad de los aumentos de tarifas y la aprobación del proyecto que Macri decidió vetar.
Más allá de lo que digan cerca del Poder Ejecutivo, lo cierto es que el Presidente, que hasta hace una semana se mostraba como un cruzado de la baja del déficit, tuvo que entregar a dos de sus ministros más identificados con el "antipopulismo": Juan José Aranguren, a quien jamás le tembló el pulso para aumentar las tarifas, y Francisco Cabrera, para quien cualquier intervención del Estado en los precios o en cualquier tipo de mercado, es casi un sacrilegio o un delito.
El Presidente, en efecto, ha comprendido que ya no podrá seguir aumentando tarifas al ritmo que deseaba si no quiere perder las elecciones del año que viene. También le hicieron entender que a partir de ahora tendrá que empezar a mostrarse "más sensible" con los que menos tienen y tomar decisiones que hasta hace poco eran consideradas "demagógicas" o demasiados costosas.
Macri cree que lo puede hacer, a pesar de las exigencias del Fondo Monetario y esa masa crítica y volátil denominada "mercado". De nuevo, supone, que lo que le va a permitir hacerlo es el nuevo sentimiento del miedo. En este caso, al miedo "del mundo" a que regrese el "populismo" con la ex presidenta Cristina Fernández a la cabeza y todos sus aliados políticos irracionales detrás.
El Jefe de Estado no considera este año absolutamente perdido, pero admite que el crecimiento difícilmente alcance los dos puntos. Como buen ingeniero, extiende su mirada al año electoral. Le dijo al ministro con el que habló: "El año que viene vamos a crecer, sobre una base más sólida y una economía más consolidada". El ministro dice que vio al Presidente preocupado, pero al mismo tiempo "firme" con el nuevo traje de "piloto de tormenta". "¿Se imaginan si esta corrida le hubiera agarrado a (Daniel) Scioli donde estaría hoy la Argentina?". El ministro, de alguna manera sigue jugando a "la grieta" y la "polarización" porque, dice, todavía, el dirigente de la oposición "responsable" capaz de competir con Macri y ganarle aún no apareció.