(Columna presentada en Radio Berlín y publicada en Infobae) Ayer, Jorge Sampaoli, en el medio de la conferencia de prensa, solito su alma, cuando Leo Messi ya se había retirado después de responder un par de preguntas, se atrevió a plantear su hipótesis de por qué hay tanto ruido mediático alrededor del seleccionado.

El vapuleado técnico explicó, en su característica media lengua, que es la feroz competencia entre programas y periodistas lo que alimenta semejante balurdo.

Y, aunque no dio nombres ni apellidos, se atrevió a ir un poco más allá.

Habló de un fallido intento de la prensa que cubre el seleccionado de sintonizar con el supuesto deseo de "la gente", esa masa gaseosa que, como se sabe, siempre es cambiante. Es decir: volátil, caprichosa, al mejor estilo circo romano, de multitud que baja o sube el pulgar de acuerdo a cada movimiento de determinado jugador, y con sentencias inapelables siempre alimentadas por un prejuicio, un preconcepto construido más por rumores que por datos estadísticos.

Dicen los colegas que están en Rusia, colegas a los que me gusta escuchar y les importa mirar un poco más allá del próximo segundo, que el equipo se apoyó en el combate de ese enemigo virtual, es decir, el periodismo y la gente que lo presiona a través del rating, para sacar "huevos" de donde no había y ganarle a Nigeria con lo justo.

Dicen también que muchas trayectorias y muchas carreras de periodistas que venían trabajando con responsabilidad se terminaron deteriorando, en medio de los mundiales, por efecto del tironeo entre la demanda del público y el nivel de demagogia con el que terminaron respondiendo.

Aunque no soy psicólogo deportivo, y tampoco me siento capacitado para analizar, con lujo de detalles, el desempeño de Argentina durante este Mundial, me atrevería a sugerir a los futbolistas del grupo comandado por Leo Messi y Javier Mascherano, que abandonen cuanto antes el modo vendetta y que el próximo sábado se concentren en jugar sencillo y enfocados, porque Francia no parece Nigeria, y llega hasta acá con ocho años de trabajo coherente y constante.

Sobre el comportamiento del periodismo argentino en la era de las conversaciones privadas, y falsas primicias en la era del WhatsApp, me atrevería a sugerir a mis colegas que, cada tanto, escapen del ruido ambiente y vuelvan a leer algún clásico.

Aunque resulte antipático decirlo, hay una enorme diferencia entre el charlatán del café de la esquina y el periodista que se prepara para informar, denunciar, investigar e incluso opinar.

Es probable que en el medio de este tsunami de emociones se pierdan unos cuantos miles de lectores, oyentes o televidentes, en detrimento de los agitadores seriales que luchan por prevalecer en el medio de un público ávido de nuevos escándalos.

Pero siempre, tarde o temprano, al fin y al cabo, las audiencias van a terminar regresando a los programas y referentes que no dicen un día una cosa y mañana la otra. En especial, una vez que termine el Mundial, y la vida continúe.