Casi todo lo que toca Néstor Kirchner se transforma en presidenciable. El caso más reciente es el de Daniel Scioli, al que un puñado de palabras del ex presidente lo hizo subir en las encuestas como candidato para la reelección de gobernador pero también como un posible aspirante a la primera magistratura, muy por encima de la intención de voto de Kirchner y también de Cristina Fernández. Pero también lo hizo con el vicepresidente, Julio Cobos, a quien atacó con furia con los más diversos métodos hasta que lo transformó en el más importante candidato a presidente del radicalismo y sus aliados junto con Ricardo Alfonsín. Lo repitió durante la campaña de junio de 2009 con Francisco De Narváez, quien terminó por derrotarlo luego de que un ataque judicial auspiciado por el propio Kirchner lo colocara en el lugar de víctima de la prepotencia y de las operaciones paraoficiales. Y no deja de hacerlo con el jefe de gobierno de la Ciudad, Mauricio Macri, a quien vislumbra como el verdadero rival a vencer en las próximas elecciones presidenciales de octubre de 2001 porque descuenta que el peronismo disidente lo terminará eligiendo como el mejor adversario para llevárselo puesto.
Todo aquel que es atacado por Kirchner se convierte en víctima, como esta Corte Suprema a la que acaba de insultar a través de Hebe de Bonafini, con brutalidad, sin matices y con el repudio de la mayoría de la sociedad. Una sociedad que lo hubiera valorado y votado mucho más si Kirchner no habría sufrido los ataques de furia que lo hacen embestir a tontas y a locas contra todo lo que se interponga en su ambición por perpetuarse en el poder.
El Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, es un hombre mesurado y prudente, que no levanta la voz, recibe a todo el mundo y tiene el don de escuchar sin opinar y de lograr consenso entre todos los miembros del máximo tribunal. Tiene una visión de la justicia, de la política y de la vida más trascendente y menos urgente que los políticos, los periodistas, y por supuesto que Kirchner y la Presidenta.
Habla todos los días con los jueces federales que tienen las causas más calientes y le piden consejo. Y a todos les dice: “No dejen de impartir justicia. Y tampoco olviden el contexto y la fragilidad de las instituciones”.
Lorenzetti cree, y con razón, que la sociedad está un paso adelante de su clase dirigente. Y que ese desfasaje se explica por la falla de los sistemas electorales en los sindicatos, las cámaras empresarias y hasta la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) y los clubes de fútbol, que tienden a impedir la renovación natural de los mandatos.
A un hombre así, despreocupado por las urgencias de los que mandan, no le costó demasiado responderle que estaba dispuesto a renunciar, la última vez que estuvo a solas con Cristina Fernández de Kirchner, cuando ésta se mostró en desacuerdo con el desempeño de la Corte que su marido ayudó a renovar.
¿Lorenzetti lo dijo en serio? ¿Estaría dispuesto a renunciar después de semejante embestida?
En todo caso, si al final lo hace, terminará convirtiéndose en presidenciable, igual que Scioli, Cobos y Macri, por obra y gracia de la furia K.
Lo que habla no tanto de las virtudes de sus víctimas sino del alto nivel de rechazo y hartazgo que genera el ex presidente. En especial después de junio del año pasado, cuando el peronismo en particular y los argentinos en general tomaron nota de que Kirchner ya no era invulnerable.
Publicado en El Cronista