(Columna presentada en Radio Berlín y publicada en Infobae) ¿Dónde está Cristina Fernández? Moviéndose como nunca. Entre su departamento del barrio de Recoleta y su casa de Río Gallegos.

¿Por qué hace tanto que no habla y ni siquiera tuitea? Porque los asesores de imagen que la rodean ya le hicieron comprender que cuanto menos aparezca, su porcentaje de rechazo social más va a bajar.

Ahora mismo, la expresidenta tiene que resolver un dilema no menor. Alejada del fortísimo debate sobre la legalización del aborto, todavía no sabe si va a votar a favor o en contra de la interrupción del embarazo.

Sus voceros extraoficiales hacen siempre lo mismo: juegan al misterio y la confusión, para subirle el precio a la postura de la senadora nacional multiprocesada.

Como se recordará, Cristina, como presidenta, jamás habilitó la discusión. Y esa fue una de las posturas que sirvió para acercarse y tratar de entornar a Jorge Bergoglio, que de un día para el otro, se transformó, para el cristinismo y La Cámpora, en el compañero papa Francisco.

Ahora, muchos de ellos, incluida la diputada nacional Mayra Mendoza, han declarado que Cristina habría sido convencida por su hija Florencia, sobre la necesidad de apoyar el proyecto de interrupción del embarazo que ya tiene media sanción de Diputados.

¿Cómo no interpretar su cambio de postura como un mezquino gesto de cálculo político? ¿Cómo asimilar que justamente Cristina, una mujer que se jactaba de haber estudiado y discutido cada tema hasta en los más mínimos detalles, de repente pueda ser arrastrada por la imparable ola verde?

¿Cómo va a salir a defender ese cambio tan profundo de pensamiento, justamente Cristina, la dirigente que se jacta de sostener cada una de sus ideas con una convicción inquebrantable? Y luego: ¿Cómo va a quedar su vínculo y el vínculo de sus principales colaboradores con el papa Francisco?

¿Cómo prescindir de su apoyo silencioso pero ostensible, tanto para su eventual candidatura a Presidenta en 2019 como para evitar las peores consecuencias que pueden derivar de la decisión de los jueces de meterla presa, debido a los delitos que se le adjudican?

A Cristina no se la escucha ni se la ve. Pero a medida que se acerque la campaña electoral, cuya previa ya se está desarrollando, tendrá que sacar la cabeza de la madriguera y decir qué piensa sobre temas de rigurosa actualidad.

Porque podrá mandar a su ejército de activistas a erosionar, con el escándalo de los aportantes truchos, a la gobernadora María Eugenia Vidal sin necesidad de abrir la boca. ¿Pero cuánto le habrá costado, en términos de intención de voto, su sospechoso silencio, después del exabrupto de Luis D'Elía, quien propuso fusilar al presidente Mauricio Macri en Plaza de Mayo?

¿O debería interpretarse su silencio frente a esta incitación como un apoyo implícito a los sectores más radicalizados que impulsan su postulación en las presidenciales del año que viene?