(Columna publicada en Diario La Nación) Muchos de los que venimos investigando los hechos de corrupción de la era K desde hace más de diez años llegamos a pensar que, después del enorme impacto de las imágenes de José López, de madrugada, ingresando bolsos con 9 millones de dólares, armas y joyas a un monasterio de General Rodríguez, ya nada podría sorprendernos. Parecía que habíamos tenido suficiente con Leonardo Fariña y la ruta del dinero K, con el video de las máquinas de contar billetes de la financiera denominada La Rosadita, la saga de la detención de Lázaro Báez, Cristóbal López y la megacausa que se podría llegar a presentar con los juicios de Hotesur, Los Sauces, Vialidad Nacional y los retornos recibidos por Cristina Fernández a través del pago de alquileres de su departamento en Puerto Madero y el gerenciamiento de los hoteles en la Patagonia.

Sin embargo, los resultados de la investigación que inició Diego Cabot , periodista de LA NACION -a mi entender, uno de los colegas más serios, efectivos, y al mismo tiempo humildes y valientes de su generación- superan, por mucho, y no solo en impacto, sino también en profundidad y gravedad, a cualquiera de los escándalos conocidos hasta ahora. Antes de explicar por qué, quiero detenerme, brevemente, en la trayectoria de Cabot. Porque fue Cabot quien escribió, junto con Francisco Olivera, quizá uno de los primeros libros de la saga de la corrupción K. Se llama Hablen con Julio. Fue publicado no cuando la ola de investigaciones y denuncias estaba bien alta, sino en 2007, durante la época en que Néstor Kirchner y Cristina Fernández gozaban casi de poder absoluto.

Después llegaron muchos otros, incluido El Dueño, dado a conocer casi dos años más tarde y con altísima repercusión, gracias a que pude contar, gratis, con un gerente de marketing espontáneo, el relator Víctor Hugo Morales, quien, al descalificar el trabajo, sin pruebas, hizo disparar las ventas, no solo de ese texto sino del texto de su saga, titulado Él y Ella. Pero Hablen con Julio contenía nada más y nada menos que el germen del sistema de corrupción K. Y en ese texto ya se revelaba cómo los dirigentes de las cámaras empresarias del transporte se juntaban una vez por mes a recaudar las coimas que luego le entregarían, presuntamente, a Ricardo Jaime y Julio De Vido. Más tarde supimos, a través de múltiples entrevistas de identidad reservada que incluyeron a un exministro de Kirchner, y otras declaraciones públicas como las del exvicegobernador de Santa Cruz, Eduardo Arnold y el sindicalista Ricardo Cirelli, que todos ellos habían oído y visto cómo Néstor recibía bolsos con plata fresca. Y no hace tanto revelamos en La cornisa que el exsecretario privado de Kirchner, el ya fallecido Daniel Muñoz, se había hecho millonario robándole un puñado de dólares por bolso durante años. Así, Muñoz, llegó a juntar 65 millones de dólares, entre el efectivo de los bancos y las propiedades que adquirió en Miami.

Más tarde Fariña nos ilustró todavía más, al confesar que el dinero que no se podía contar, por falta de tiempo, se pesaba. Pero los cuadernos de la corrupción K , "el Lava Jato argentino" o como se lo quiera denominar, es el caso más impactante, profundo, y de consecuencias más graves y todavía inimaginables, por su complejidad y magnitud. Para empezar: en las primeras 24 horas, el fiscal y el juez dispusieron 34 allanamientos y detuvieron a casi 20 personas, incluido al chofer que dejó asentado en sus 8 cuadernos Gloria los detalles de cómo transportaba bolsos llenos de dinero por toda la ciudad. Desde los domicilios y las empresas de los hombres de negocios hacia el Ministerio de Planificación, la casa de Roberto Baratta -mano derecha de De Vido-, el departamento del exsuperministro, y el inmueble de Recoleta de la esquina de Juncal y Uruguay en el que vivían Néstor y Cristina, y que todavía la expresidenta sigue habitando.

Para seguir, entre los detenidos se encuentran controvertidos empresarios, como Gerardo Ferreyra, uno de los dueños de Electroingeniría, Carlos Wagner, presidente de la empresa Esuco y expresidente de la Cámara Argentina de la Construcción y Javier Sánchez Cavallero, el CEO de Iecsa cuando su dueño era Ángelo Calcaterra, primo hermano de Macri. Solo la escena de importantísimos empresarios del club de la obra pública, cercanos al anterior gobierno pero también vinculados con este, siendo detenidos, casi a la misma hora, en un operativo simultáneo, remite a uno de los mejores capítulos de El mecanismo, una serie original de Netflix. Precisamente a la parte en que la Policía Federal de Brasil aparece, a la misma hora, en las mansiones de los multimillonarios, los detiene, y los lleva a todos, desde distintas parte del país, hacia el aeropuerto de San Pablo, donde juntos toman un avión para comparecer ante el juez Sergio Moro y otros funcionarios judiciales.

Y para terminar hay que empezar a separar lo accesorio de lo importante. Porque el juez Claudio Bonadio citó a indagatoria a la expresidenta Cristina Fernández, además de De Vido, Baratta, el exjuez Noberto Oyarbide, el jefe de la AFI Oscar Parrilli, el exjefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina y todo el staff corrupto del ministro de Planificación, además de Rudy Ulloa, el hombre que empezó junto a Néstor como cadete y terminó manejando un multimedios de pura pauta oficial en la Patagonia. Cristina mandó a decir que se trata de una novela. Pero yo confío mucho más en la palabra de Cabot, quien después de recibir los 8 cuadernos escritos por Centeno llamó al fiscal Stornelli y dio su valiente testimonio junto a las pruebas y evidencias que acumuló.

El periodista no se limitó a recibirlos y entregarlos. Antes fue corroborando, una por una, si las direcciones, las fechas, los ingresos y egresos a la quinta de Olivos y a la sede del Ministerio de Planificación coincidían con los registros oficiales asentados en planillas oficiales. Además habló con decenas de personas involucradas para corroborar si lo que escribió de manera obsesiva con letra manuscrita Centeno, desde 2005 hasta 2015, se correspondía con la realidad. Por eso estoy casi seguro de que esta vez, Stornelli y Bonadio volverán a pedir el desafuero y la detención de Cristina Fernández.

También creo que el Senado, ante la presión de la opinión pública, se verá obligado a otorgarlo, igual que pasó con de Vido en Diputados. Miguel Pichetto, el presidente del bloque peronista mayoritario, ha dicho una y mil veces que su política es no conceder el desafuero hasta tanto el senador o la senadora no tengan condena firme. Pero ahora se enfrenta a una posible disyuntiva, y un nivel de presión política inusitadas. Si sus ambiciones presidenciales continúan intactas, y el desafuero de Cristina y su eventual e inmediata detención implicaría que la expresidenta fuera sacada de la cancha electoral e impedida de competir por la máxima candidatura contra Macri ¿resistiría la tentación de entregarle al peronismo la llave para competir y eventualmente ganar en 2019?

Estas especulaciones no tendrían sentido si a un valijero muy especial no se le hubiera ocurrido escribir un diario de la corrupción en ocho cuadernos. Tampoco si su exmujer no hubiera acudido a la Justicia, despechada por una división de bienes que no le satisfizo. El próximo libro de Cabot podría empezar con la escena que me contó ayer por radio: estuvo a punto de perder ese valioso material, cuando se lo dejó olvidado en la casa de veraneo que había elegido para descansar y empezar a analizarlos.