(Columna presentada en Radio Berlín y publicada en Infobae) Para los que necesitan comprender el corazón del sistema de recaudación en negro que ideó Néstor Kirchner, recomiendo una vez más el libro de Mariana Zuvic, El Origen.
Allí la dirigente de la Coalición Cívica revela que Kichher, desde 1987, cuando asumió como intendente de Río Gallegos, no tuvo empacho en utilizar a la policía en una doble función ilegal: pinchar teléfonos y espiar a los adversarios políticos y trasladar valijas con dinero de empresarios a los que extorsionaba a través de los pedidos de créditos y subsidios varios.
A partir de 1991, cuando Kirchner fue elegido gobernador, sofisticó el sistema, en forma parcial. Se valió de una lista de deudores del Banco de Santa Cruz, suministrada por el entonces empleado adscripto a la gerencia general, Lázaro Báez, y comenzó a extorsionar a los hombres de negocios más ahogados por las deudas.
El inicio del capítulo uno del libro El Dueño comienza con una dramática escena que tuvo lugar un sábado de septiembre de 1995, en las oficinas de la residencia del gobernador. Allí, el vicegobernador Eduardo Arnold le enrostró a Kirchner haber participado de un pedido de coima del 20 por ciento sobre un crédito de 3 millones de dólares que el Banco le otorgó a Juan Antonio Torresín, empresario de la industria naval.
Arnold se lo echó en cara después de haber encontrado a Torresín en el balcón de un departamento del piso 14 de Cerrito al 1400, en la ciudad de Buenos Aires, con la presunta intención de suicidarse. Torresín había cometido el error de pagar el retorno con un cheque, y los sistemas de alarma de la corrupción le estaban complicando la vida. Encima, el banco se demoraba en adelantarle las cuotas, porque el empresario no pagaba en tiempo y forma el retorno prometido.
En El Dueño también se cuenta la famosa anécdota que tantas veces repitió el abogado Rafael Flores, cuando se encontró cara a cara con Cristina Fernández, después de ganarle un juicio emblemático, en el año 1982.
Flores demandó a los Kirchner por haber querido cobrarle dos veces una deuda hipotecaria a la madre de un exdirigente del Frente para la Victoria, Henry "Pilo" Olaf Aaset. El escrito de Flores fue demoledor. El "Rafa" comparó a Néstor Kirchner con Shylock, el usurero judío protagonista central de Shakespeare en El mercader de Venecia. Flores, que después de ganar el juicio todavía seguía indignado por la maniobra de los Kirchner de intentar ejecutarle la hipoteca a una mujer mayor y de pocos recursos, encaró a Cristina y le preguntó:
—Decime, ¿para qué hacen esto? ¿Cuál es la necesidad?
Jura Flores que la expresidenta le respondió:
—Queremos hacer política. Y para hacer política en serio se necesita platita.
Por eso no resulta tan extraño que treinta años después, la exjefa de Estado aparezca en jogging gris, en una oficina de la quinta de Olivos, junto a Julio De Vido y Roberto Baratta, supervisando la entrega de valijas con dinero negro de las empresas aportantes.
Néstor y Cristina se creyeron eternos, pero la muerte alcanzó a uno, y la justicia debería alcanzar a la otra, antes de que sea demasiado tarde.