Dentro y fuera del Gobierno es un secreto a voces: Néstor Kirchner, el Gran Jefe, está perdiendo su olfato político. Eso es lo que piensan los que conversan con el ex presidente todos los días. Sólo que todavía nadie se atreve a decírselo en la cara. Es así: no existe, entre su pequeño círculo de confianza, alguien con la elegancia y el coraje necesarios para advertirle que está "quemando un cajón de Herminio Iglesias" cada semana.
¿Por qué mandó a sus senadores a dar quórum para que se aprobara el 82% móvil, si Miguel Pichetto ya le había advertido que se iba a repetir el escenario de desempate que llevó a Julio Cobos a transformarse en presidenciable? ¿Por qué aceptó la invitación de Hugo Moyano al multitudinario acto en River si cualquiera sabe de memoria que el líder de la CGT es uno de los dirigentes argentinos con mayor imagen negativa? ¿Por qué permitió que la presidenta de las Madres de Plaza de Mayo insultara y calumniara a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, los mismos jueces que Kirchner propició, por cadena nacional, en aquella decisión histórica que sirvió para elevar su imagen positiva a niveles que nunca antes había alcanzado? ¿Por qué retó en público al gobernador Daniel Scioli y lo catapultó directo a la grilla de los presidenciables si hasta ese momento lo tenía cercado en el corralito de la provincia de Buenos Aires? No hay una respuesta única para todos los interrogantes, pero sí hay una sospecha que se extiende como una mancha de aceite en todo el peronismo: a Kirchner no le dan los números y busca, con desesperación, a tientas y locas, sin ninguna estrategia elaborada, alternativas que le permitan mantenerse en el poder.
Años atrás, cuando era todopoderoso y cumplía su sueño de terminar su mandato como el ex presidente de Chile, Ricardo Lagos, con una imagen positiva de casi el 70%, había aceptado la sugerencia de su jefe de Gabinete, Alberto Fernández, de resignar su reelección inmediata y ungir a Cristina Fernández como su sucesora.
Fue durante una tarde templada, en los jardines de la quinta de Olivos. Fernández eligió las palabras con delicadeza, para que Néstor no interpretara que lo querían sacar de la cancha. "Si nominás a Cristina, vas a pasar a la historia como el único presidente de la Argentina que no se fue insultado, ni en helicóptero ni como producto de un golpe -lo sedujo-. Además, vas a conservar intacto tu poder. Porque vas a dejar de ser un presidente a plazo fijo, como todos los que transitan su segundo mandato. Y vas a tener cuatro años para pensar. Para decidir si querés volver. Para intentar la reelección de Cristina. O para elegir otro sucesor que nos haga bien a todos."
El entonces presidente preguntó, con su lógica brutal: "¿Y qué pasa si a Cristina no le va tan bien?". Y el jefe de Gabinete lo volvió a adular, como suelen hacer los consejeros para convencer a los jefes de tomar una decisión compleja: "Si a Cristina no le va tan bien, nos queda en el banco Messi". Entonces, Kirchner lo invitó a pensar en el plan A: "¿Y qué pasa si vamos por la reelección?". Fernández respondió: "A la reelección la ganamos caminando, pero después no creo que nos vaya bien".
-¿Por qué?
-Vos ya lo sabés. Sos el presidente de la emergencia y de la excepcionalidad. Sos como el bombero que entró en la casa de una familia a los hachazos, en el medio del incendio, para salvarlos a todos. Sos un héroe. Sos un dios. Y ésa es la imagen que vas a dejar a los argentinos. Pero ahora la familia necesita de un bombero que golpee la puerta antes de entrar. Y si te ve con el hacha, el dueño de la casa no te va a dejar pasar.
Como se sabe, algo salió mal. Porque Cristina Fernández debía ser la presidenta después de la emergencia. La encargada de fortalecer las instituciones. La abanderada de la transparencia y de la lucha contra la corrupción. Sin embargo, al tercer día de asumir, en vez de apoyar una investigación sobre el origen de la valija de los 800.000 dólares de Antonini Wilson, acusó a la CIA de montar una operación basura con el objeto de atentar contra su gobierno.
Ahora Kirchner, con el hacha en la mano, dispuesto a tirar otras paredes abajo, está solo y desespera. No tiene un interlocutor como Alberto Fernández, quien hacía las veces de filtro, o de freno inhibitorio, frente a sus impulsos. Las discusiones políticas con su esposa siempre terminan igual: con la última palabra del diputado nacional y presidente de la Unasur. No hay, ni dentro ni fuera del Gabinete, nadie que haga otra cosa más que obedecer a las órdenes precisas y cortantes del propio Kirchner. Y hasta los encuestadores de mayor confianza optaron por no mostrarle los números crudos que revelan la imposibilidad absoluta de ganar en primera vuelta. En cambio, le preparan escenarios donde, en teoría, Kirchner podría volver a ganar las elecciones en un apretado y emocionante desempate con el candidato del radicalismo o del peronismo disidente.
En la carpeta de Néstor Kirchner, hay un ambicioso plan electoral. Contempla por lo menos dos aumentos del haber mínimo jubilatorio y otros dos incrementos del pago de la Asignación Universal por Hijo. Más anuncios de obras públicas y entrega de planes en La Matanza y su zona de influencia. Y carpetas con información sensible sobre todos los candidatos a disputarle su pretensión de continuidad. Pero el clientelismo y el carpetazo fueron insuficientes para ganar las elecciones legislativas de 2009. Y nada indica que se vuelvan efectivos para octubre del año que viene. Es decir: está tratando de aplicar la misma medicina que no le alcanzó al Frente para la Victoria para imponerse en los comicios pasados. Y para colmo, tanto Néstor como Cristina insisten en su diagnóstico de que todo lo malo que les sucede, incluido el rechazo de una buena parte de los argentinos, es culpa del Grupo Clarín y del resto de la prensa que no comparte su mirada del mundo.
¿Qué le está pasando al gran estratega que adelantó las elecciones y apuró todos los proyectos de ley que necesitaba para gobernar con comodidad y obtener más recursos de la Anses, el Banco Nación y las reservas del Banco Central? ¿Por qué detrás de cada declaración pública de "buena onda, amor y paz" aparece el ataque personal, la bronca, la prepotencia y los calificativos a "los enemigos" a través de Twitter? Quizá la respuesta sea más sencilla de lo que parece.
La naturaleza de Kirchner es la confrontación y la pelea. Y la mayoría de los argentinos están hartos de su estilo prepotente y utilitario. Ni siquiera el fantasma del caos está resultando efectivo para afectar el deseo de cambio; ni la chequera, ni el relato, ni el magro papel de una oposición sin ideas, ni sueños para el futuro.
Publicado en La Nación