(Columna presentada en Radio Berlín y publicada en Infobae) La enorme lista de senadores peronistas no K que se negaron a dar el quórum para permitir el allanamiento de los domicilios particulares de la expresidenta, el negacionismo de figuras públicas como Pablo Echarri, Víctor Hugo Morales y Estela de Carlotto y los datos de las encuestas que indican que Cristina Fernández se mantiene en los mismos niveles de apoyo que tenía antes de la megacausa de los cuadernos confirman una teoría inquietante: en la Argentina, el cinismo, la mentira y el relativismo moral son la segunda fuerza política del país.
Ayer, lo que pasó en el Senado me dio vergüenza ajena. Pero las explicaciones que dieron por lo bajo algunos senadores peronistas me entristeció todavía más.
Uno me llamó especialmente para aclararme que no tenía ninguna duda de que Cristina sabía lo de los bolsos, las coimas y toda la plata negra que había manejado primero su marido y después ella misma. Y después me anticipó que no iba a dar el quórum porque se le pudría la interna, ya que en su provincia las opiniones estaban divididas, y denunciar a la expresidenta podía hacerle perder la próxima elección.
La pregunté, como al pasar, si le importaba la verdad, pero él continuó con su lógica política, como si le estuviera hablando de otra cosa.
Tenía la misma lógica que Echarri, a quien hace algunos años me lo encontré en la calle, muy cerca del café de Palermo que terminó por fundir. Embanderado en la "ampliación de derechos" que habían impulsado Néstor y Cristina, le pregunté por qué no cuestionaba los hechos de corrupción que ya habían empezado a aparecer. Me respondió con un lenguaje cuasimafioso: "Los trapitos sucios se lavan en casa".
Te lo paso en limpio: Echarri no es tonto; sabe que Él y Ella robaron, pero nunca lo va a admitir en público.
En otra categoría política, la de los cínicos que ponen por encima de los hechos "su verdad", hay que colocar a la senadora K que ayer se paró frente a los periodistas acreditados y casi gritó: "No vamos a dar quórum porque esto no es un procedimiento administrativo sino una escandalosa persecución política".
Vamos de nuevo: no son solo los cuadernos.
Ahora están los empresarios que admitieron el pago de las coimas. Ahora está Claudio Uberti, quien aportó datos contantes y sonantes sobre la participación activa y personalísima de Cristina en los negocios sucios de la familia.
Hay también, una tercera categoría de adherentes que mezclan lo peor del comportamiento humano: el relativismo y la falsa superioridad moral con la que hablan y argumentan.
Ayer, escuché a un legislador de la Ciudad que parece trabajar como panelista en un sinnúmero de programas de señales de noticias ofreciendo un par de argumentos esquizofrénicos. Por un lado sostenía que había que meter presos al chofer Oscar Centeno, a Carlos Wagner y a Claudio Uberti porque decían cosas distintas frente a los mismos hechos. "Son unos mentirosos. Y lo digo como abogado que soy: no resisten un careo". Por el otro amenazaba con presentar un proyecto de ley para que Aldo Roggio, quien ayer admitió el pago de coimas para poder seguir operando el subte, no pueda participar más en una licitación convocada por la Ciudad.
¿En qué quedamos entonces? ¿Acepta el pago de coimas como una verdad pero no el hecho de que fueron cobradas?
Cuando un periodista, en el medio de semejante confusión, le preguntó a él, un cristinista incondicional, cómo se sentía con semejante caratata de revelaciones, miró hacia su derecha y respondió: "No tengo problemas en contestar esa pregunta. Pero lo mismo podrías preguntarle a él, por los aportes truchos de la campaña de Cambiemos". Se refería a un dirigente de Pro, quien apenas había levantado la voz para explicar que lo de los cuadernos no había sido una megaoperación del Gobierno para quitar de la agenda pública la crisis económica. Pero lo más notable de su posición es que, al final, no respondió sobre los delitos que se le imputan a Cristina Fernández de Kirchner, quien ayer se retiró del edificio del senado con su custodia y en auto oficial.
No me sorprende que semejante ejército de hipócritas aspiren a representar a cerca de un 30 por ciento de los argentinos. Son los mismos que justifican y alimentan la economía negra, la corrupción y la idea de que no hay buenos y malos. Solo gente un poco más asusta y oportunista que el argentino promedio.
La única duda que me queda sobre ellos es cómo miran a los ojos a sus hijos. Si disimulan también frente a ellos y los crían con el mismo cinismo con que viven sus miserables vidas.