(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) No hay grieta más estúpida ni más falsa que la de Los Cuadernos de Oscar Centeno versus los desastres que provocan la inflación, combinada con la recesión, la devaluación del peso y el aumento de la pobreza. Ni el "queremos flan" de Alfredo Casero ni "más que los cuadernos me preocupa el hambre" de Florencia Peña resultan suficientes para explicar uno de los peores momentos de la Argentina desde 1983 hasta ahora.
Es verdad: ni la cartelización de la obra pública empezó con Néstor Kirchner y Cristina Fernández, ni la crisis económica actual va a conducir a la hiperinflación, el default o algo parecido a lo que se vivió en diciembre de 2001. Pero es tan mezquino y peligroso negar el descubrimiento del sistema de corrupción gubernamental más grande y extendido del que se tenga memoria como la asfixiante situación que atraviesan los sectores de menores recursos. En especial, las 10 millones de personas que viven en el conurbano bonaerense y no llegan a fin de mes.
Es probable que parte de la crisis se explique por los miles de millones de dólares que se robaron, las rutas, los puentes, las grandes obras y los barrios de viviendas que se pagaron y no se terminaron y no se hicieron. Sin embargo eso no alcanza para justificar que todavía el gobierno de Mauricio Macri no da pie con bola. O para decirlo de manera elegante: todavía no acierta con la receta para controlar la inflación, salir de la recesión y evitar los saltos intermitentes del dólar que hacen perder valor al peso.
Tampoco ayuda la tozudez política en algunos aspectos que el Poder Ejecutivo debería atender, como el rechazo sistemático al pedido de aumento del salario de los docentes universitarios y la disminución del presupuesto destinado para Ciencia y Técnica. En el primer caso, porque la prolongación del conflicto amenaza con hacer perder un año entero, por ejemplo, a miles de estudiantes de la Facultad de Medicina. Y en el segundo, porque el Presidente está rompiendo su promesa de campaña de aumentar paulatinamente el presupuesto, en vez de recortarlo de una sola vez, con el atendible argumento del ajuste, pero sin explicar por qué no lo hace con otros sectores de la economía.
Del otro lado de la nueva grieta, aparecen no solo los negacionistas encabezados por la principal responsable de los delitos de corrupción, Cristina Fernández, y secundados por una nueva categoría de pensadores: los cínicos que le piden al fiscal Carlos Stornelli, el juez Claudio Bonadío y los periodistas que investigamos los casos de corrupción, que paremos un poco. Que "ya está bueno" con "jugar al poliladrón", como sostiene Jorge Asís. Que si seguimos a este ritmo la economía va a terminar de explotar y el sistema político va a acabar implosionando. Que paremos la mano porque si seguimos tirando de la cuerda podría aparecer un Silvio Berlusconi o alguien todavía peor. Y algo parecido sucede con los necios del otro lado de la grieta, quienes le endilgan toda la responsabilidad de la crisis económica al anterior gobierno, la sequía, el aumento de la tasa de interés, la guerra comercial que vienen librando Estados Unidos y China y el nulo crecimiento económico de Brasil.
A la tormenta de frente que admite Macri estamos soportando, habría que agregarle los errores no forzados de su propio gobierno. Empezando por la vulnerable que volvió a país la alta dependencia del crédito externo, pasando con la torpeza de ponerse metas incumplibles hasta las idas y vueltas con medidas instrumentales que hicieron dudar sobre el verdadero rumbo de la política económica. Para salir de esta falsa disyuntiva, lo mejor sería que el oficialismo y la oposición que se autodenomina racional se pusiera de acuerdo para aprobar el presupuesto del año que viene. Eso, más que ayudar a Macri a ganar la elección, enviaría una muy buena señal a los mercados y los inversores y reduciría al menos la volatilidad cambiaria y el constante aumento de la inflación. Y una cosa más: la estrategia del cristinismo de argumentar que Cambiemos es igual de corrupto que los exfuncionarios de Néstor y Cristina tampoco les va a resultar. Igual que será inútil, de parte del oficialismo, esgrimir que la denuncia sobre los aportantes truchos de Cambiemos representa solo una maniobra del kirchnerismo para meterlos en el mismo barro que están ellos.
Los hechos no son de izquierda ni de derecha. La corrupción no tiene ideología. Y es verdad que, a primera vista, parece un poco menos grave simular aportes de afiliados o beneficiarios de planes sociales que montar un enorme sistema para robar miles de millones de pesos al Estado a partir de un sobreprecio del 50% en la obra pública. Sin embargo, la simulación también fue para recibir bolsos con dinero negro para la campaña. Ni más ni menos.