Eduardo Duhalde, uno de los adversarios que más detestaba Néstor Kirchner, solía repetir la anécdota del productor agropecuario que un día lo encaró para decirle: "Usted puso al loco. Ahora tiene que sacarlo". Días antes de su muerte -aunque ahora parecen años- el propio Duhalde había considerado a Kirchner un adicto al dinero y también al poder. Pero ahora que Néstor ya no está, no sólo el peronismo sino buena parte de la sociedad se preguntan si después de la muerte de ese presunto "loco" se acabará "la locura", de la noche a la mañana. O si, por el contrario, la semilla del odio y del resentimiento no crecerá con más fuerza que nunca. Y también se preguntan si el legado incluirá, entre otras cosas, su particular modo de ejercer el poder.
El esperado primer discurso de la Presidenta no ofreció pistas al respecto. Fue conmovedor, personal y sirvió para prolongar las características épicas y de supuesto sacrificio que envolvió la sorpresiva desaparición física de su marido. La referencia a esas decenas de miles de jóvenes que pasaron ante el féretro -algunos más de una vez- bajo la consigna "Por siempre Néstor. Fuerza Cristina" no puede tomarse más que como una señal de sincero agradecimiento por parte de una mujer que perdió a su compañero y que se sintió así contenida y arropada por la multitud. Las primeras declaraciones de Máximo Kirchner, publicadas por el periodista Horacio Verbitsky, al afirmar que a su padre lo mataron los mismos que dispararon contra el militante del Partido Obrero (PO), Mariano Ferreyra, y que deberían ir todos presos, apunta en la misma dirección: presentar la muerte de Kirchner como una suerte de inmolación histórica a favor de la justicia y contra los poderosos y las mafias.
Sin embargo, cuando a las frases grandilocuentes se las confronta con los sencillos datos de la realidad aparecen enseguida las miserias de la vida política cotidiana. El propio asesinato de Ferreyra sirve de ejemplo reciente. Porque días antes del infarto que acabó con su vida, el propio Kirchner y dirigentes de su confianza habían convalidado la versión trucha que presentó al ex presidente Duhalde como supuesto ideólogo del ataque al militante del PO. La versión, vale la pena recordarlo, se basó en una información falsa emitida por uno de sus soldados twitteros que no tienen nada que ver con la juventud maravillosa que durante los años 70 se jugaba la vida por sus ideales y contra una dictadura armada. Muchos de estos soldados de Facebook disparan su odio porque están convencidos y punto. Pero otros lo hacen porque reciben dinero, puestos de trabajo o reconocimiento tardío. ¿Qué pasará ahora con los ultrakirchneristas que percibían los beneficios de su compromiso militante? ¿Qué pasará, por ejemplo, con los periodistas y la enorme cantidad de medios oficiales y paraoficiales que hasta ahora eran solventados con la expresa autorización de Kirchner? ¿La Presidenta firmará, a libro cerrado, todos los compromisos, acuerdos y contratos no escritos que Kirchner mantenía con empresarios, sindicalistas, dueños de medios, gobernadores e intendentes? Anteayer por la noche, después del discurso de la Presidenta, el intendente de Esteban Echeverría, Fernando Grey, cometió un acto de sinceridad brutal. Grey, quien durante el gobierno de Kirchner fue asesor de prensa de la ministra Alicia Kirchner, puso negro sobre blanco la preocupación de los intendentes del conurbano. "Yo hablaba con Néstor por lo menos tres veces por semana. El llamaba para saber si llegaban los fondos y para estar al tanto del ritmo de las obras públicas. Ahora tendremos que apoyar a la Presidenta, pero sin este hombre fundamental", se lamentó, sin darse cuenta de que estaba revelando la increíble concentración de poder que ostentó Kirchner hasta su fallecimiento.
Grey es uno de los cientos de dirigentes de primera, segunda y tercera línea que utilizaron los micrófonos de la radio y la televisión para hacer declaraciones a favor de la memoria de Kirchner y el compromiso con Cristina Fernández. Pero semejante dispersión de voces tampoco hubiera sucedido con Kirchner en el poder, porque el ex presidente no habría permitido que quedara tan expuesta la patética carrera por acomodarse a esta nueva situación. ¿Quién llamará ahora a los ministros para decirles que no vayan a tal o cual programa? ¿Qué tipo de información recibirá la Presidenta de la Secretaría de Inteligencia? ¿Será la misma con la que se nutría Kirchner para anticiparse a la próxima traición?
La temprana reacción de Hugo Moyano es otro de los datos que pueden servir para comprender quiénes serán, a partir de ahora, los beneficiados y los perjudicados de esta herencia "maldita". Los acuerdos económicos del jefe de la CGT no eran ni con el ministro de Trabajo ni con el de Salud ni con el jefe de Gabinete ni con el ministro de Planificación. Moyano los hacía, de palabra, directamente con Kirchner. Había, y hay, cientos de millones de pesos en juego. La ex ministra de Salud Graciela Ocaña puso en evidencia esos asuntos frente a Cristina Fernández, antes de su renuncia. Ocaña tomó nota, entonces, de un dato fundamental: la Presidenta no estaba al tanto de los detalles de tan compleja negociación; sin embargo, la terminó avalando con su silencio y con su desconocimiento. ¿Qué hará ahora la jefa del Estado? ¿Elegirá saber y decidir, de acuerdo con sus principios y convicciones? ¿O dejará que hombres más curtidos en la política real, como Carlos Zannini y Julio De Vido, hagan el trabajo insalubre que antes hacía su compañero?
Al responder la pregunta de un periodista, el analista de Poliarquía Alejandro Catterberg interpretó que una de las consecuencias de la muerte de Kirchner bien podría ser la desaparición de la "locura" y la tensión que irradiaba el ex presidente con sus dichos y sus acciones en el resto de la sociedad. Agregó que, en los últimos sondeos, él tenía más rechazo que ella, porque era percibido como el principal factor de la discordia. Ahora los resultados de las encuestas dicen que el apoyo a la Presidenta crecerá, y que incluso le alcanzará para ser candidata a su propia reelección. Lo que todavía no dicen es que ella es más radical e ideológica que Kirchner y que, desde que empezó a gobernar, contribuyó a plantear las diferencias políticas como un asunto personal, de vida o muerte. Desde su pelea con Clarín hasta la elección del lugar del velatorio y de quienes podían acercarse a ella para ofrecer las condolencias.
Ojalá que el dolor personal haya servido para aplacar el rencor y el resentimiento. Ojalá que la muerte de Kirchner haya contribuido a bajar el nivel de locura y de odio. Todavía no hay datos que lo sugieran. Sólo las últimas imágenes de un duelo que acaba de terminar.
Publicado en La Nación