Todavía no tuvo tiempo de completar su duelo íntimo, pero ya no le queda más que una opción de hierro. Cristina Kirchner será presidenta una vez más, o no será nada. Y en pocos meses, tendrá que encabezar una campaña con la misma energía que pensaba usar Néstor Kirchner, su esposo. La máquina de mantener y acumular poder del peronismo no dejó de funcionar ni durante el velatorio. Es ella o el caos, dictaminó. La mayoría lo planteó en voz baja, el mismo día de la desaparición física de Kirchner. El canciller Héctor Timerman, no. Lo hizo en público, sin ningún pudor, como si toda su vida hubiera sido peronista. Enseguida se le plegaron, con mayor o menor prudencia, desde el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, hasta el dirigente social Luis D´Elía, pasando por el diputado nacional Agustín Rossi y el impulsor de la ley de Medios, Gabriel Mariotto. ¿Está bien o está mal? Nadie se lo pregunta con seriedad. Son conservadores: sólo parecen preocupados por no perder lo conquistado.
Igual, entremezclado con la tristeza, ya hay un clima de euforia solapado, triunfalismo que sólo desaparece en presencia de la propia jefa de Estado o de los pocos que amaban a Kirchner más allá de su propia conveniencia política. "Hoy ganamos en primera vuelta con más del 40% y a más de 20 puntos de diferencia del segundo", me dijo un funcionario nacional que vive pendiente de las encuestas. "La imagen positiva de Cristina está por las nubes y la intención de voto explotó, aunque no sabemos hasta dónde", informó otro miembro del Gabinete. Los encuestadores que trabajan para el Gobierno ya empezaron a bombardear a los medios con estadísticas oportunistas. Son números que transforman a la Presidenta en una competidora imbatible. Otros encuestadores no oficialistas consideran poco serio salir a medir el ánimo de la gente una semana después de la muerte de Kirchner. "¿Cómo hacemos para trasladar la suba de la imagen positiva a la verdadera intención de voto? ¿Cómo hacemos para discernir cuánto hay de pena por la muerte de su compañero y cuánto de ganas de que Cristina sea presidenta durante cuatro años más?", se preguntó uno de ellos. El consultor adelantó que su empresa no presentará ninguna muestra cuantitativa hasta después de fin de año.
Pero a la máquina de acumular y retener el poder eso no le importa. Para fuera, los dirigentes que rodean a Cristina hablan de "profundizar el modelo". Y hacia dentro, trabajan para mantener el impacto anímico que provocó en la mayoría de la sociedad la temprana muerte del líder omnipresente. Es, paradójicamente, un momento inmejorable. Porque, para hacer política, el oficialismo no tiene más que repetir que Kirchner se inmoló en su lucha por combatir al poder concentrado y los sectores de privilegio. Al mismo tiempo, puede darse el lujo de mirar con cierto placer el desconcierto de la oposición, cuyos dirigentes todavía permanecen aturdidos ante un cambio de escenario que los devaluó de un día para el otro.
Personas muy cercanas a la jefa de Estado aceptan que ella oscila entre el profundo dolor que siente por la muerte de su compañero y la obligación moral de continuar la lucha. "Todavía nadie le preguntó de frente si está dispuesta a ser candidata, pero ella sabe que hay una fuerte presión de la militancia y de los que tenemos puestos de conducción", me dijo un gobernador de los más alineados.
Es verdad que ahora los números le sonríen. También es cierto que desde la muerte de su esposo un sector de la sociedad empezó a ver a la Presidenta como alguien de la familia, una persona más cercana y menos distante que aquella mujer que levantaba el dedo para hablar de los piquetes de la abundancia e irritaba a muchísima gente no bien empezaba a hablar. Pero ¿cuánto puede durar semejante estado de cosas? Distintos funcionarios creen que el duelo colectivo se prolongará, por lo menos, hasta fin de año. Suponen que la nueva imagen positiva se mantendrá durante todas las vacaciones e incluso hasta marzo, cuando una buena parte de los argentinos vuelva a enojarse con el tránsito, el costo de vida o los hechos de inseguridad. "Para esa época, la asignación universal por hijo se aumentará una o dos veces, y la jubilación mínima se incrementará hasta llegar a los 1500 pesos", informó, como si ambas decisiones ya fueran un hecho, un hombre que habita la Casa Rosada y al que Kirchner le encargaba "la rosca política".
Hay, también, quienes dentro del oficialismo analizan si será posible y conveniente anticipar las elecciones antes de que se diluya el impacto político y emocional. Habría que decirles, cuanto antes, que adelantar las elecciones presidenciales es inconstitucional. Que desde la reforma de 1994 se determinó que los comicios para presidente se deben celebrar dos meses antes del término del mandato. Y que el mandato de Cristina Fernández culmina en diciembre de 2011, por lo que la competencia, sin ninguna duda, debe realizarse en octubre del año próximo.
Sólo una situación excepcional podría llegar a determinar el anticipo de las elecciones. La contempla la ley de acefalía. Es cuando el presidente y el vicepresidente renuncian o terminan su mandato antes de lo previsto. Y la pregunta, en estos días, es si los kirchneristas de paladar negro le están pidiendo a Julio Cobos que renuncie afectados por la muerte de su líder o porque detrás de esa probable dimisión se encuentra la convocatoria a elecciones anticipadas.
En medio de semejante vértigo, nadie se atrevió a preguntar qué es lo que Cristina desea de verdad. Personas que ignoran cómo funciona el peronismo sugirieron si no sería mejor para ella terminar el mandato y volver a su casa. Refugiarse en su familia y "devolver" a sus hijos algo del tiempo que "les quitó" mientras se dedicó a hacer política. La realidad suele ser menos romántica. Y menos espiritual.
Cristina es funcionaria del Estado desde hace más de veinte años. Desde su poco influyente puesto en el ministerio de Educación, en la provincia Santa Cruz, hasta lo máximo a lo que se pueda aspirar en la República Argentina. Lo es, con todo lo que ello implica. Desde el uso del avión oficial hasta el saludo de los granaderos antes de entrar a la Casa de Gobierno. A ella, igual que a Kirchner, hace muchos años que casi todos la veneran y casi nadie la contradice. Esta ha sido la verdadera vida de Cristina desde hace tiempo. Esta es la verdadera vida de Cristina todavía hoy, y a pesar de todo. Además, ella, igual que Néstor, es peronista. Y un peronista nunca abandona el poder. Todo lo demás es negociable.
Publicado en La Nación