(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) ¿Qué pasará con la economía de aquí a las próximas elecciones presidenciales? Nadie en Argentina podría vaticinarlo con precisión. Y no podría hacerlo, porque ninguno, no importa la corriente de pensamiento o los intereses que representan, pudo pronosticar, en diciembre pasado, que 9 meses después el dólar superaría los $ 40.
Ahora, economistas que siguen los análisis de Carlos Melconián, el hombre que le aconsejó a Macri antes de asumir que blanqueara ante la opinión pública el enorme déficit que haría explotar la economía, afirman: "¿Viste que la última vez que habló Carlos dijo que ahora viene una dieta de pechuguita de pollo con puré? Bueno: de acá hasta abril, y si me apurás un poco, hasta la mitad del año que viene, vamos a extrañar la pechuguita como si fuera un banquete". Esto significa, más recesión, una inflación que podría empezar a bajar, de manera lenta, a partir de noviembre o diciembre, y una prolongación de la inestabilidad
cambiaria a la que nadie se anima a ponerle punto final en el calendario.
En el Gobierno, la city y parte del círculo rojo todavía conjeturan sobre la impactante salida de Luis Caputo del BCRA. Pero casi todos coinciden en que se trata de un problema de roles, egos y funcionamiento de las organizaciones. Caputo fue un típico trader. Un trader exitoso que se supone le hizo ganar mucho dinero a mucha gente y a él mismo también.
El mundo de los mesadineristas se concentra en las cuatro horas más intensas de operación de los mercados. Los mejores trader son apostadores de riesgo, y están acostumbrados a jugar fuerte. Esto es: entrar y salir en el momento justo. Caputo pretendió seguir haciendo eso en el Central, pero se encontró con que el acuerdo con el FMI que había firmado Sturzenegger no se lo permitía. Intentó obtener el permiso informal de la burocracia del Fondo una y otra vez para intervenir en el mercado con parte de la plata del préstamo. Pero no lo consiguió. Es más: fue generando cada vez más resquemores. Caputo le avisó al Presidente que se iría sí o sí tres semanas antes de hacerlo efectivo, cuando supo que no podría torcer la voluntad de Christine Lagarde.
A propósito del Fondo: es hora de decir, de una vez, y con todas las letras, que al FMI no le interesa tener un perfil social, ni su doctrina consiste en lograr la felicidad de las mayorías, sino en corregir los desequilibrios económicos financieros de los países que lo necesitan. Son el bombero con el hacha que entra a tu casa en pleno incendio, y no el arquitecto que te le entrega arreglada y decorada en tiempo y forma. El Fondo fue el último prestamista que le quedaba a la Argentina. "Uno que cobra tasas más bajas que el sector privado, y que suele aparecer cuando el sector privado no te quiere prestar más", me dijo un economista que no es ni ortodoxo ni de izquierda, ni gradualista ni de derecha. El FMI no permite que usen su dinero para contener el precio del dólar, o como una herramienta para intervenir en otra cosa que no sea equilibrar el déficit. El desembolso extra para planes sociales es una novedad, y es importante, pero no cambia la naturaleza de su propósito.
Fracasada la fórmula Caputo, el Gobierno le puso todas las fichas del tándem ministro Nicolás Dujovne, presidente del Banco Central, Gastón Sandleris, y Gustavo Cañonero, vicepresidente. Técnicos impecables, académicos de prestigio, vendrían a representar todo lo opuesto a Caputo. Además trabajan en absoluta coincidencia con los técnicos del FMI. La política de bandas con un piso de $ 34 y un techo de $ 44 combinada con restricción de la emisión monetaria que podría llegar a cero debutará hoy. Sin embargo, el mercado, durante los dos últimos días hábiles de la semana pasada, lo entendió como un escenario propicio para especular sin el más mínimo riesgo. Lo que no despeina a ningún director del Fondo pero vuelve a poner en alerta no solo al diminuto mercado financiero argentino, sino a la economía en general. Ahora las opiniones se dividen entre los que apuestan a que el dólar no superará los $ 45 en los próximos dos meses y los que sostienen que no tiene techo, porque los pequeños y medianos ahorristas presienten que todavía puede escalar mucho más.
La discusión de los pronosticadores, entonces, pasará por una línea de "sensaciones" más o menos aproximadas al resultado de las siguientes variables: la cosecha cuya liquidación más importante se volcará en la economía entre marzo y abril del año que viene; la competencia entre los sectores que están en rojo y continúan hacia la baja, como las pymes y la construcción, versus otros como el turismo nacional y los productos del campo. Pero entre las sensaciones hay que incluir el impacto social y político del nuevo acuerdo. Entre los más pesimistas, persiste la idea de que la luz al final del camino recién aparecerá después de la mitad del año que viene, tras un desgaste y una pérdida de credibilidad enorme. Entre los más optimistas, entre los que se incluyen Macri y Marcos Peña, se insiste en que el verano servirá para cambiar el ánimo, y que coincidirá con el principio del fin de la incertidumbre.
Así y todo, los analistas más serios no se atreven a decir si, al final, la economía le ganará a la política o si será completamente al revés, como sucede desde 2015. La única diferencia es que ahora Cambiemos viene perdiendo un activo que le tenía garantizado un triunfo seguro: la sensación colectiva de que el futuro sería mejor. Esa ventaja la tenía, en especial, entre mayores de 45 años, y la clase media baja, media media, y media alta. Ahora no la tiene más y sus expertos en no pueden responder todavía si el día de la votación van a volver a recuperarla.