Néstor Kirchner murió de manera repentina hace poco más de un mes, pero sigue tan omnipresente como si estuviera vivo. El masivo impacto emocional que produjo su desaparición física hizo trepar en las encuestas a su viuda, la presidenta de la Nación, Cristina Fernández, cuando la mayoría ya la consideraba una perdedora. Ahora, muchos consultores admiten como posible que vuelva a ser elegida jefa de Estado. Los kirchneristas más oportunistas tardaron nada en transformar al ex presidente en un mito y plantear la fantasía de que su líder murió como un mártir, peleando por una Argentina mejor. “Por siempre Néstor/ Fuerza Cristina” es el eslogan marketinero que se instaló en el velatorio y que todavía aparece en la cartelera pública.

El primer gesto político de la jefa de Estado fue típicamente kirchnerista: eligió realizar la última despedida en la Casa de Gobierno, donde concentra todo su poder, y no en el Parlamento, donde lo comparte con otras fuerzas políticas. El segundo gesto fue igual de mezquino: no dejó que se le acercaran para saludarla los dirigentes de la oposición. Sin embargo, se estrechó en un fuerte abrazo con dos de los personajes más conocidos y que mejor “pagan” a la hora de sumar imagen y popularidad: la superestrella futbolística Diego Armando Maradona y el conductor de televisión Marcelo Tinelli, a quien miran más de 3 millones de personas sólo en conurbano de la bonaerense.

Las exequias de Kirchner estuvieron repletas de escenas cinematográficas. Lo velaron a cajón cerrado porque su familia no quiso que su última imagen pública fuera la de un hombre con una herida cortante y profunda que le bajaba desde la frente hacia el ojo izquierdo, como producto de la caída que sufrió inmediatamente antes de morir. El dato de la caída me lo confirmó un médico cercano a la familia. Sin embargo, el hecho de que a Kirchner no se lo pudiera ver muerto disparó entre muchos argentinos la loca fantasía de que en realidad está vivo, y que en cualquier momento regresará para poner las cosas en su lugar. Las cámaras que mostraron la despedida final hicieron un trabajo excepcional. La mano de Cristina tocando el extremo del féretro en primer plano, la toma cerrada de las miles de personas que pasaron frente a ellos y la presencia masiva de jóvenes que asistieron al velatorio de manera espontánea confundieron a muchos analistas e hicieron pensar que se trataba de algo único. Una escena tan emblemática como el 17 de octubre de 1945, el día en que Juan Perón fue liberado por los trabajadores, o la muerte de Eva Perón, la líder peronista más importante de la historia contemporánea de la Argentina. Es cierto: fue un acontecimiento impactante, pero el director de cámaras supo mostrarlo como algo más impresionante de lo que realmente fue. El jefe de Gobierno de la Ciudad, el opositor Mauricio Macri, se indignó por lo que considera una burda manipulación: “Montaron un Truman Show y no solo engañaron a la gente. También lo hicieron con una buena parte del periodismo, que de un día para el otro lo transformó casi en un santo, como si la muerte lo pudiera redimir de todo el daño que hizo en los últimos años”, opinó. Ahora la mayoría de los líderes de la oposición están desorientados y dudan entre respetar el duelo o multiplicar sus denuncias sobre corrupción, autoritarismo y uso de los fondos públicos de manera discrecional. Pero las últimas horas del ex presidente fueron una muestra cabal de cómo fue su vida personal y política. La última cena la compartió en El Calafate, su lugar en el mundo, con su mujer y con Lázaro Báez. Báez es considerado por la oposición el testaferro de Kirchner. Antes de conocer a Kirchner, era cadete de un banco público de Santa Cruz, lugar de nacimiento del ex presidente: ahora maneja el 95 % de la obra pública de esa provincia. Báez es uno de los empresarios mencionados en una megacausa como miembro de una asociación ilícita cuyo jefe habría sido Kirchner y sus integrantes ministros y secretarios de Estado. También están imputados una media docena de empresarios amigos que se beneficiaron mientras el ex presidente manejó los hilos del poder. A metros del lugar donde el ex presidente murió, se encuentra otra propiedad emblemática de la familia presidencial. Se trata del hotel boutique Los Sauces, por el que otro empresario con múltiples negocios con el Estado paga a la familia Kirchner un alquiler elevadísimo, muy por encima de la lógica del negocio del turismo en La Patagonia.

Horas antes de su última cena, Kirchner tuvo una fuerte discusión telefónica con Hugo Moyano, el líder de la Confederación General del Trabajo que lo presionó por cuestiones vinculadas al dinero y al poder. Moyano pretendía manejar las finanzas del Partido Justicialista de la Povincia de Buenos Aires, el distrito que tiene casi la mitad de los votos de la Argentina. Moyano ahora negocia protección política de Cristina para no ir preso acusado de falsificar cajas de medicamentos cancerígenos con el objeto de cobrar los reintegros de parte del Estado. Un colega suyo, el secretario general de la Asociación Bancaria, Juan José Zanola, permanece en prisión por el mismo delito.

Kirchner murió en un santiamén, sin despedirse de nadie, pero dejó batallas inconclusas y asuntos sin resolver, y esta incertidumbre hizo que las revelaciones y los detalles que aparecen en El Dueño cobren nueva vigencia. ¿Cómo llegó un niño acomplejado y humillado, a transformarse en el presidente más rico, poderoso y vengativo de toda la historia de la Argentina? ¿Cómo diagramó su brutal estrategia para formar parte del poder permanente y evitar el ocaso y la prisión, a los que, al final del camino, solo pudo evitar con su propia muerte? El Kirchner que murió en los brazos de su mujer fue el mismo que la presionó para que renunciara a la presidencia de la Nación después de perder por un solo voto la aprobación de una ley en el Parlamento que consideraban clave, como se cuenta en el libro. El proyecto buscaba subir los impuestos a las exportaciones de los productos del campo empezando por la soja, el cultivo que le genera más ingresos a la Argentina. Fue aquel un día de furia, en el que ambos, la presidenta y su esposo, pasaron unas horas quemando papeles y biblioratos en una de las estufas a leña de la quinta de descanso de los presidentes, ubicada en Olivos, provincia de Buenos Aires.

La dependencia psicológica y política que tenía Cristina de Néstor desde que se conocieron a los 17 años todavía marca el ritmo de la política argentina. El fue quien planificó hasta el último detalle el colosal ataque contra la prensa independiente del país en general y contra el Grupo Clarín en particular, después de romper un acuerdo secreto cuyos detalles se revelan en el texto. Fue Kirchner, El Dueño, quien estableció acuerdos no escritos, políticos y económicos, con empresarios amigos cuyos polémicos negocios se cuentan en detalle. Negocios como los que acordó con los burócratas sindicales, gobernadores de provincias, intendentes, dueños de medios y periodistas, dirigentes sociales y artistas que necesitaban de su generosa chequera. Kirchner se ocupaba desde el precio del dólar hasta el detalle de que uno de sus colaboradores cobrara una publicidad oficial. Desde la estrategia política para su propia reelección hasta lo que decía un periodista de una pequeña radio FM de una localidad de provincia. Recibía información clasificada de la Secretaría de Inteligencia (SIDE) y de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) y la utilizaba contra sus enemigos, con dañina precisión y sin ningún pudor. Ahora el kirchnerismo está dividido en dos corrientes. En una se encuentran los que suponen que la muerte de Kirchner servirá para lavar los negocios sucios y mostrar, a través de Cristina Fernández, una cara más transparente y menos confrontativa. En otra militan los que sostienen que la Presidenta será más de lo mismo: que seguirá atacando a la prensa y a la oposición, continuará haciendo negocios con la burocracia sindical, los capitalistas amigos y los dirigentes sociales que manejan planes de trabajos y subsidios y que dedicará una buena parte de su vida a retener y acumular más poder.

Nunca debí tomar tantas precauciones, antes, durante y después de la salida de un libro de investigación como las que tuve que adoptar con El Dueño. Aunque se trata de mi décimo libro, tuve que mantener en secreto el proyecto hasta el mismo momento de su publicación para que Kirchner no llamara a los accionistas de los medios donde trabajo y pidiera mi cabeza, como lo hizo años antes, según consta en el propio libro. Él se enteró de su existencia pocos días antes de su aparición en la Argentina, y les reprochó a los funcionarios que solían anticiparle información sensible por no haberle avisado antes. Apenas El Dueño llegó a las librerías, ocurrió algo extraño y sorprendente: se empezaron a registrar compras masivas, realizadas por decenas de particulares que adquirían el texto y pagaban, en general, al contado. Lo que al principio provocó la alegría de la editorial era, en realidad, “una jugada maestra” del gobierno para “secar la plaza”, evitar el boca a boca y lograr así que “El Dueño” hiciera “el menor daño posible”. La inteligente lectura de los directivos de Editorial Planeta y la solidaria ayuda de los libreros impidieron la maniobra del oficialismo. Las dos primeras ediciones se agotaron en tiempo récord y el libro no se consiguió durante casi una semana, pero los vendedores les pidieron a sus clientes que tuvieran paciencia. Incluso algunos se ofrecieron para llevarlos a domicilio. Al final muchos lectores tomaron el asunto como algo personal y compraron más de uno, para que el boca a boca no se interrumpiera y las denuncias e investigaciones fueran conocidas por la mayor cantidad de gente posible.

El Dueño es un intento por mantener en alto los principios, las convicciones y la voluntad que marcó a una generación entera de periodistas de investigación en Argentina. Puede ser leído como una biografía no autorizada, una investigación estructural sobre la corrupción durante la era K o un ensayo político para comprender qué le pasó a la Argentina en la última década. Y también como un anticipo de lo que le puede suceder al país si la presidenta Cristina Fernández no cambia a tiempo su manera prepotente de ejercer el poder.

Nada parece indicar que la muerte de su marido haya modificado su estilo político y personal. Desde que él ya no está, cada tanto anuncia en público que no se apartará ni un poco del “modelo” impuesto por Kirchner y que, al contrario, trabajará para “profundizarlo”. Además alimenta la necromanía que tanto afecta a muchos argentinos. Hace pocos días, en la provincia de Córdoba, en uno de sus primeros discursos después de la muerte de su marido, sentenció: “Hoy estoy un poco menos triste porque Él debe andar por allí, caminando entre ustedes”.

 

* Publicado en el diario El Mundo de España.