¿Por qué todavía los grandes escándalos de corrupción no salpican a la viuda Cristina Fernández de Kirchner? Esta es la pregunta más repetida que periodistas, sociólogos y analistas de la Argentina me hicieron en Madrid, donde esta semana presenté El Dueño, en el medio de la crisis económica y el cablegate de WikiLeaks. Y también es la pregunta que se hacen los dirigentes de la oposición, a casi 40 días de la muerte de Kirchner y cuando el efecto duelo parece prolongarse más de la cuenta. Al ex secretario de Transporte Ricardo Jaime le acaban de dictar un nuevo procesamiento por recibir dádivas de los mismos empresarios que debía controlar. El ex vicegobernador de Kirchner en Santa Cruz, Eduardo Arnold, acaba de repetir que Jaime ingresaba al despacho del ex presidente con un bolso de cuero gastado, y que todos imaginaban que dentro había dinero contante y sonante. Arnold también aseguró además que la Presidenta no podía ni debía ignorar el vertiginoso crecimiento de la fortuna del matrimonio porque ella misma era la beneficiaria. El juez federal Norberto Oyarbide cerró en tiempo récord una causa por presunto enriquecimento ilícito de Kirchner y su esposa pero la investigación solo abarcaba las declaraciones juradas del ejercicio 2008. Todavía hay una causa abierta que diligencia Rodolfo Canicoba Corral y analiza la fortuna del matrimonio entre los años 2004 y 2007. El expediente está archivado pero no cerrado, igual que permanecen abiertas las causas por la mafia de los medicamentos adulterados que mantienen preso a Juan Zanola y muy inquieto a Hugo Moyano, y las denuncias por el financiamiento ilícito de la campaña electoral que llevó a Cristina a la presidencia de la República.


¿Se puede escindir o disociar al Kirchner sospechado de corrupción del supuesto estadista que alimenta el mito del mártir que se inmoló por la patria? En España están convencidos de que los argentinos idolatramos a los muertos en general, y a los que desaparecieron de manera prematura en particular, y además suponen que tenemos una opinión pública muy volátil, capaz de cambiar de parecer de la noche a la mañana, porque les cuesta comprender como es que la presidenta, un minuto antes de la muerte de su esposo, tenía un rechazo de cerca del 70 por ciento, y ahora todo indica que podría ganar las próximas elecciones en primera vuelta. José Luis Martín Prieto, el escritor y colega que me acompañó en la presentación y que fue el primer corresponsal de El País en la Argentina entre 1982 y 1989, supone que la culpa de todos los males la tiene el peronismo, aunque también reconoce que nunca lo ha terminado de entender a pesar de que sigue de manera muy atenta lo que pasa en nuestro país.

Para ayudar a comprender el abrupto cambio de humor que produjo la muerte de Kirchner, intenté, ante un grupo de colegas, recordar lo que pasó en España en 2004, cuando parecía que Mariano Rajoy iba a derrotar sin atenuantes a José Luis Rodríguez Zapatero, hasta que los españoles, indignados con una mentira de José María Aznar, se inclinaron por el candidato socialista. Aznar había responsabilizado a ETA por el atentado de Atocha, dato que le convenía desde el punto de vista político. Sin embargo, horas antes de las elecciones, se supo que había sido una célula de Al Qaeda.

Solo un acontecimiento excepcional puede generar un cambio de clima tan abrupto.

Ahora, parece que una amplia mayoría de españoles piensan sobre Zapatero lo mismo que pensaban antes del atentado de Atocha y la mentira de Aznar. Porque su "estado de gracia" duró hasta que la realidad hizo su trabajo y lo puso en su lugar.

Horas antes de regresar a la Argentina, un hombre que trabajó en la Unidad Antilavado se gastó una llamada internacional para contarme sobre la existencia del cable 1257 divulgado por WikiLeaks.
Lejos del botox de Gaddafi, las fiestas salvajes de Berlusconi o la preocupación por la supuesta bipolaridad de la presidenta, la embajadora de Estados Unidos manifiesta su preocupación porque la Unidad de Información Financiera se niega a suministrar información radicada en Suiza, Luxemburgo y Liechtenstein sobre cuentas que estarían a nombre de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.

Más allá de las encuestas y la opinión pública, la jefa de Estado debería aclarar su responsabilidad y su posición sobre los asuntos de corrupción en general y sobre Jaime y el inquietante cable 1257 en particular.

 

Publicado en El Cronista