(Columna presentada en Radio Berlín y publicada en Infobae) Se sabe de memoria: como el fútbol atraviesa todas las clases sociales y todas las franjas de votantes, la política hace uso y abuso de la pelotita para acumular poder y conseguir adhesiones.
El fallido intento del presidente Mauricio Macri de jugar el superclásico de ida y vuelta con público visitante se malogró antes de empezar. Su calificativo de "culón" al técnico de River, Marcelo Gallardo, propinado en medio de una visita presidencial, más o menos distendida, y viralizado gracias a que alguien tenía un celular a mano, quizá le sirva entre los votantes de Boca, pero al mismo tiempo espante a algunos hinchas de River que ya venían enojados con él por los aumentos de las tarifas, la devaluación y la crisis económica.
En estos días de pura euforia y expectativa futbolera, los amigos de Rodolfo D'Onofrio insisten con la idea de que si River, finalmente se queda con la Copa Libertadores de América, él se debería lanzar sin paracaídas a la aventura de la política, igual que lo hizo Macri hace ya más de 30 años.
El uso del fútbol que pretendió hacer Cristina Fernández tuvo un final infeliz. Desde la exaltación de los barrabravas hasta la penosa comparación de la figura de los desaparecidos con las imágenes de los goles que, según ella, secuestraba el Grupo Clarín, pasando por el escándalo de corrupción del programa de gobierno denominado Fútbol para Todos, semejante combo se transformó en una de las razones por las que el casi 70 por ciento del electorado ahora rechaza la figura de la expresidenta.
Pero la utilización más impúdica que se hizo del fútbol en la historia reciente fue, sin dudas, la de la dictadura militar. Las crónicas de los investigadores cuentan, como una de las peores metáforas de la época, que a los gritos de dolor de los torturados en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) los tapaban el sonido de los goles.
Los militares no se privaron de nada: aprovecharon la organización del Mundial para informar al resto del planeta que los argentinos éramos derechos y humanos. Y utilizaron la maquinaria de medios que tenían comprados para agitar una supuesta campaña antiargentina impulsada desde el exterior por los denominados subversivos que habían logrado escapar del país.
Sin embargo, igual que la mentira, el uso político del fútbol tiene patas cortas. No hay una sola estadística que muestre el vínculo directo entre los goles y los votos. Ni siquiera el Campeonato Mundial de Fútbol que logró el seleccionado en México 1986 se trasladó de manera automática en apoyo al gobierno de Raúl Alfonsín. Tampoco él había querido, de manera personal, apropiarse del gran triunfo. En las fotos de la época, el funcionario de más alto rango que aparece en el balcón de la Rosada, junto con Diego Maradona y otros futbolistas, es Conrado Storani, su entonces ministro de Acción Social.
Los asesores de los dirigentes con ambiciones políticas deberían recomendar todo lo contrario: que abandonarán la tentación de usar el fútbol para seducir a los votantes, porque al final del camino lo único que lograrían sería espantarlos.