Cuando a la presidenta Cristina Fernández viuda de Kirchner le muestren las primeras encuestas "independientes" después de los episodios violentos de Soldati recibirá dos malas noticias. Una: que si las elecciones fueran hoy, ya no ganaría en primera vuelta, como venía sucediendo desde la inesperada muerte de su marido. Y dos: que Mauricio Macri, a quien el cristinismo eligió como adversario preferido de las últimas batallas, se ha transformado en el político de la oposición que más posibilidades tiene de vencerla, por encima de Ricardo Alfonsín. No hace falta ser un encuestador infalible para suponer que, de aquí en más, las buenas noticias, para el Gobierno, no serán muy frecuentes. La jefa de Estado llegó a su pico de imagen positiva después de la desaparición física de Néstor Kirchner. Sin embargo, en el medio del desinfle del efecto luto ya soportó dos crisis de las que no salió muy bien parada. La crisis de las tomas la sorprendió dando clases de derechos humanos por cadena nacional mientras los enfrentamientos del parque Indoamericano hacían recordar los sucesos de diciembre de 2001. La de la estación Constitución todavía no fue analizada por ninguna consultora, pero está claro que el Poder Ejecutivo reaccionó tarde y mal ante los miles de trabajadores que esperaron en vano el tren para volver a sus hogares en vísperas de las fiestas navideñas.
¿Hace bien la Presidenta en agitar el fantasma de las conspiraciones?
Es verdad que una buena parte de los argentinos cree en las teorías conspirativas. Y también es cierto que el ex presidente Eduardo Duhalde parece el blanco ideal para cualquier gobierno que necesite colocar afuera su propia ineficiencia para resolver los asuntos de Estado. Pero también es evidente que la administración de CFK perdió credibilidad porque se la pasó anunciando conspiraciones y conspiradores que la realidad se encargó de desmentir. Solo para citar algunas de las más memorables: la megaconspiración del Julio Cobos, Duhalde y el Grupo Clarín en el rechazo al proyecto de ley para aumentar las retenciones a los productos del campo y la falsa reciente acusación a Duhalde de haber sido el autor intelectual del disparo que terminó con la vida de Mariano Ferreyra. Después de tantas denuncias frustradas, ¿quién, además del núcleo duro de adherentes al kirchnerismo va a creer en un intento de desestabilización auspiciado otra vez por Duhalde, Macri y los dirigentes del Partido Obrero?
“Yo, a lo de Constitución, lo hubiese solucionado en media hora. Y a lo de Villa Soldati, en 45 minutos. Lo que pasa es que la Presidenta no sabe cómo hacerlo. Y su gobierno es un gobierno de Primera B”, me dijo el viernes Duhalde en una entrevista radial.
Duhalde cree que ese discurso es el que, tarde o temprano, lo hará aparecer como la verdadera alternativa para vencer al candidato del oficialismo. Y el Gobierno usa el mismo discurso de Duhalde como la prueba más cabal de que el ex presidente quiere desestabilizar a Cristina Fernández.
Cuando Macri repite hasta el cansancio “Señora presidente, desaloje Albariño” sabe que se está poniendo al lado no solo de los vecinos del barrio. También de una inmensa mayoría de la clase media que lamenta la pobreza de la boca para afuera pero que desea lo mínimo que añora cualquier ser humano adulto y responsable: vivir en paz sin el fantasma de la violencia y la inseguridad.
¿Suponen los estrategas oficiales que al denunciar una supuesta componenda entre Duhalde y Macri le contagiarán al jefe de Gobierno de la Ciudad algo de la altísima imagen negativa que todavía arrastra el ex presidente? ¿Y si, al contrario, terminan beneficiando tanto a Duhalde como a Macri y los transforman en un polo alternativo para desbancarlos del poder en octubre del año que viene? La nunca confirmada denuncia contra Francisco De Narváez fue una de las razones determinantes de la última derrota electoral de Néstor Kirchner en junio de 2009. ¿Por qué, si la teoría de la conspiración no les funcionó entonces les va a funcionar ahora, en el medio de semejante desmadre social?
La designación de Nilda Garré en el Ministerio de Seguridad generó buenas expectativas, pero las denuncias de sus voceros sobre que detrás de los disparos a los gendarmes en Lanús estaría una mano negra vinculada a la Policía de la provincia de Buenos Aires apunta, de nuevo, a la estrategia de imaginar conspiraciones donde solo hay ineficiencia de gestión.
El echarle la culpa al Padrino, a la izquierda, a la policía de la provincia, o al Grupo Clarín una y otra vez tiene un costo que tarde o temprano el gobierno tendrá que pagar. Y lo hará cuando los que hoy todavía dudan se empiecen a preguntar si la presidenta está haciendo lo necesario para que las cosas funcionen con una mínima normalidad.
Si los cortes de luz, la falta de dinero en los cajeros de los bancos , el paro de los tercerizados del Roca y las tomas de predios públicos y privados empiezan a ser percibidos como grietas en la conducción del país las malas noticias de hoy se transformarán en pésimas pasado mañana.
Publicado en El Cronista