(Columna presentada en Radio Berlín y publicada en Infobae) Las discusiones públicas entre lo que piensan Mauricio Macri y Lilita Carrió sobre temas muy candentes –como cuándo un policía estaría en condiciones de disparar a un presunto delincuente– ya no sorprenden a nadie. El Presidente, hasta ahora, ha sabido administrar el conflicto sin consecuencias visibles.
Pero desde la última vez que la diputada explotó, y pidió la renuncia del ministro de Justicia, Germán Garavano, Macri tomó una decisión íntima, que fue más allá de cualquier especulación electoral: no la llamó ni le escribió más.
También evitó que su decisión se filtrara y fuera interpretada casi como una ruptura formal. Sin embargo, a quienes le preguntaron por qué había dejado de hacerlo Macri respondió, palabra más, palabra menos: porque Lilita había cruzado un límite, el del respeto por la autoridad presidencial, más allá de los vínculos personales.
Lo más sorprendente de todo es que Cambiemos, una alianza de partidos cuyos fundadores, junto con Macri y Carrió, son Ernesto Sanz y otros radicales, como Gerardo Morales, ha resistido una decena de conflictos como éste, sin romperse ni partirse.
"Los peronistas somos como los gatos. Parece que nos peleamos, pero nos estamos reproduciendo", es una frase que se le adjudica al general Juan Domingo Perón. Si se lo mira más allá de la superficie y del ruido que genera el vaticinio de Carrió cuando afirma "vamos hacia el fascismo", bien se podría aplicar la máxima del peronismo a esta nueva pelea.
El problema, en todo caso, serían los términos que se usan para defender las distintas posiciones. Se sabe que Lilita es vehemente. Pero en el gobierno creen que es un exceso plantear la idea de que a la ministra Patricia Bullrich la están engañando mientras algunos miembros de las fuerzas de seguridad comercializan droga frente a sus narices. En especial cuando las estadísticas sobre el combate contra el narcotráfico parecerían demostrar todo lo contrario.
Dicen que Carrió está dolida porque perdió la batalla para presidir la comisión de seguimiento sobre el ministerio público fiscal, y que a partir de ese momento los desencuentros con el Poder Ejecutivo se multiplicaron.
Dicen también, dentro de su propio círculo íntimo, que hubo y hay cuestiones familiares y personales que la afectaron más de lo normal. No es ninguna novedad, tampoco, que Carrió no quiere saber nada con aprobar la inclusión de empresas privadas para financiar las campañas en particular y la política en general, y que Macri piensa exactamente lo contrario.
Es decir: que para terminar con la hipocresía del financiamiento en negro hay que habilitar a las personas físicas y a las compañías que hacen los aportes, con un tope predeterminado, y que quede asentado y registrado en los balances de las firmas y las rendiciones de cuentas de las campañas. ¿Podrían generar estos desencuentros la ruptura definitiva de Cambiemos?
Los que forman parte de la mesa chica del Presidente, hablan con Carrió y participan además de la estrategia 2019, sostienen que, lejos de impactar en la interna del oficialismo, este tipo de debates podrían, incluso, llegar a ampliar su base electoral. O sea: funcionar como un aliciente para multiplicar la oferta de opciones.
Para explicarlo de una manera directa y sencilla: si creés que votando a Macri te van a identificar demasiado con la derecha pragmática y desangelada, pensá que dentro de Cambiemos también está Lilita, una abandera de la ética y la lucha contra la corrupción.
En una época donde los niveles de rechazo de los líderes suelen ser más altos que los porcentajes de aceptación, encontrar los justificativos para votarlos, de todos modos, puede llegar a resultar una estrategia impensada pero exitosa. En todo caso, podría darles más réditos que la discusión sobre los números y los efectos de la crisis económica en la calidad de vida de los argentinos.