(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) Cualquiera que tome con ligereza la denominada revolución de la mujer que se acaba de disparar en la Argentina con la valiente denuncia por violación de la actriz Thelma Fardín contra el actor Juan Darthés corre el riesgo de que la enorme y potente ola lo pase por encima, lo revuelque y lo termine ahogando.
Por ahora, lo que se ve, lo que se siente y lo que se registra son casos de alto impacto. Casos de abuso de diferente intensidad. Casos de violación que duelen solo de escuchar los testimonios. Habrá, como en todo cambio de época que comienza, sectores que demanden justicia por mano propia, lapidación y caza de brujas. Pero sería un gravísimo error confundir lo que está sucediendo con otro capítulo más de la grieta política. O reducirlo a una maniobra del colectivo Actrices Argentinas. O vincular a las víctimas con la izquierda y a los abusadores con la derecha. La revolución de la mujer es transversal y no tiene identidad partidaria.
Solo basta con revisar la lista de los presuntos abusadores contra los que ellas alzaron su voz: actores, directores de teatro, conductores de televisión, músicos, dirigentes políticos de Cambiemos y de La Cámpora. Pero la revolución de la mujer también impactará no solo en derecho de hacer con su cuerpo lo que de verdad desea y no lo que cualquier varón le quiera imponer. También influirá, y mucho, en el sistema político y económico del país. Desde la enorme inequidad salarial que existe en el sector público y privado, pasando por las licencias por maternidad y paternidad y el cupo femenino en ministerios y legislaturas provinciales.
A partir de este momento serán abrumadores los datos estadísticos que prueben el desequilibrio y tiendan a contrarrestarlo. Y empezarán a funcionar como llaves para a establecer un verdadero cambio cultural. Todos, varones y mujeres deberíamos desaprender. Es decir: empezar a desandar el camino que recorrimos desde que nacimos hasta llegar al martes pasado. Revisar cada una de las cosas que hicimos mal y que naturalizamos. Cosas con las que hasta hace un rato nos divertíamos y ahora debemos evitar. Incorporar a nuestro diccionario palabras como patriarcado, micromachismo, sororidad, "machirulo" y "cosificación de la mujer". Denunciar situaciones como las del macho proveedor que hace uso y abuso de su poder económico en el ámbito laboral pero también familiar. E incluso analizar los casos de corrupción con una impronta distinta. Una lógica más parecida a la que impulsan mujeres como Elisa Carrió, Margarita Stolbizer, Graciela Ocaña, María Eugenia Vidal, Paula Olivetto y Silvina Martínez, por citar solo algunos casos. Porque se trata de una forma de lucha contra la corrupción más audaz, menos especulativa y más expeditiva que la que tolera el sistema machista. Con una dinámica no gatopardista, más profunda y más práctica. En las últimas horas, he escuchado a varones lamentarse porque la ola del me too made in Argentina enterrará para siempre la denominada galantería o el arte de la conquista masculina. Para empezar, habría que poner en duda si lo que hará es hacerla desaparecer o modificar la manera de vincularse. Tal vez sea más sencillo de lo que parece. Quizá se trate solo de preguntar a la chica si tiene ganas antes de darle un beso o abrazarla. Quiero decir: antes de usar la superioridad física para lograrlo. Y por supuesto: comprender, de manera cabal, que no es no; recibir la negativa y detenerse en el mismo instante.
También pienso que, lamentarse, en el medio de semejante revolución, solo por la natural desaparición del archiconocido método para seducir a una mujer, es el equivalente a no darse cuenta del verdadero impacto que está tenido el movimiento. No es relevante que se nos acaben de la noche a la mañana, los chistes donde los machos siempre quedamos bien parados. No será tan grave que nos quedemos sin las anécdotas de siempre en los vestuarios de varones o después de los asados del picado con nuestros amigos.
Es más importante y urgente trabajar para que el sistema judicial se adapte a la nueva realidad. Incidir para que procese como corresponde este enorme tsunami de denuncia. Evitar la condena anticipada del presunto abusador, mientras se descubren nuevos métodos para presentar indicios y evidencias del abuso o la violación. Pero para eso hay que aceptar que la ola ya llegó, golpea fuerte y que nada será lo mismo. Invito, para volver al caso emblemático que la disparó, a hacernos las preguntas de rigor sobre la credibilidad de Thelma Fardín, despojadas de todo prejuicio.
Alguien que estuviese mintiendo sobre lo que le pasó ¿se tomaría el trabajo de viajar a Nicaragua para radicar la denuncia judicial? ¿Se puede pensar que esto va a impulsar o potenciar su carrera, cuando en la práctica, hacer este tipo de denuncias, lo que suele implicar es que se te cierran las puertas "por las dudas"? ¿No parece una verdadera tontería preguntarse por qué no lo denunció antes, si ya está científicamente comprobado que la persona abusada o violada tarda muchos años, a veces toda una vida, en emitir, si quiera, una palabra sobre el hecho en cuestión? No soy especialista en derecho, pero quizá parezca sensato plantear, a partir de este momento, para estos casos, la misma fórmula que se usa con los funcionarios públicos acusados de enriquecimiento ilícito: la inversión de la carga de la prueba. Es decir: que los acusados de semejante delito deban probar su inocencia, luego de que las víctimas presenten los indicios y los testimonios de rigor.