¿Cuál será el resultado final del solapado enfrentamiento entre la presidenta Cristina Fernández, viuda de Kirchner, y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli? El conflicto real no aparece en la tapa de los diarios, pero su desenlace definirá el mapa de poder en la Argentina.

La cuestión no es tan difícil de entender. La jefa del Estado no quiere, no admira ni respeta a Scioli. Como mucho, valora en público su lealtad incondicional. Pero sólo lo hace cada vez que le recuerdan "la traición" de su vicepresidente, Julio Cobos. Por lo demás, ella -igual que Néstor Kirchner hasta que murió- está segura de que el gobernador, tarde o temprano, abandonará el kirchnerismo. Que, en el fondo, es sólo una cuestión de tiempo y oportunidad. Porque considera a Scioli un dirigente "de derecha". Un político del "establishment". Alguien que puede tener más coincidencias profundas con Mauricio Macri, Francisco de Narváez, Eduardo Duhalde o Carlos Reutemann que con "el modelo". De manera que, para Fernández de Kirchner, bendecir al ex intendente de Morón Martín Sabbatella como candidato a gobernador -colgado de la boleta de Cristina presidenta- sería la mejor solución. La jefa del Estado supone que así mataría varios pájaros de un tiro: cosecharía un porcentaje no menor de votos "por izquierda" y le quitaría voluntades a Scioli, poniendo límites a "su ambición desmedida".

Por lo demás, no le generaría ningún problema de conciencia. Porque la Presidenta desprecia, por ejemplo, la política de seguridad del gobernador bonaerense. Y alienta el avance de una de sus ministras preferidas, Nilda Garré, contra el ministro de Justicia y Seguridad de la provincia, Ricardo Casal, quien casi todos los domingos es esmerilado, con la evidente intención de desplazarlo del cargo, por Página 12.

Semejante situación podría haber sido soportada y aceptada por Scioli sólo si Kirchner estuviera vivo. De hecho, después de aquel recordado acto en Casa Amarilla cuando el ex presidente lo emplazó para que dijera en público quién le ataba las manos en su combate contra la delincuencia, el gobernador olvidó por un momento su obediencia ciega y le alcanzó a decir a Kirchner, en la cara: "Me parece que te pasaste de la raya". Ya sabemos qué sucedió después: el marido de la Presidenta sufrió un infarto, murió varios días más tarde y algunas diferencias por tratar quedaron inconclusas.

Sin la enorme presión política y económica que ejercía Kirchner, ¿volverían a tragarse -no solamente Scioli, sino también figuras importantes y decisivas como el intendente de Tigre, Sergio Massa, o el ministro de Desarrollo Social de la provincia, Baldomero "Cacho" Alvarez de Olivera- un sapo tan enorme como el de las candidaturas testimoniales, sólo porque la Nueva Jefa lo ordenó?

Scioli no come vidrio. Sabe que la decisión de Cristina de apoyar a Martín Sabbatella podría beneficiar a su principal adversario, De Narváez, y poner en riesgo su reelección. Sabe también que no puede enfrentar abiertamente a la jefa del Estado porque la provincia dejaría de recibir ayuda financiera de la Nación y se transformaría en un polvorín.

Sabe, además, que la mayoría de los intendentes bonaerenses más poderosos lo apoyan, pero que muchos otros estarían dispuestos a tragarse el sapo de las colectoras a cambio de fondos frescos para planes de viviendas que ya les prometió el secretario de Obras Públicas de la Nación, José López, ahora investigado por enriquecimiento ilícito.

"No quieren que él sea presidente, pero también ponen en riesgo su reelección en la provincia de Buenos Aires. ¿Qué más tiene que hacer Daniel para dar fe de su lealtad?", se preguntó uno de los voceros habituales del gobernador.

La misma fuente me repitió que Scioli no competirá por la presidencia de la Nación a menos que Cristina Kirchner le informe de manera oficial que no será candidata a su propia reelección. Que toda su energía está puesta en renovar su mandato en la provincia. Pero que si el plan de quienes asesoran a la jefa del Estado es pulverizarlo, él hará todo lo que tiene a su alcance para evitarlo.

La versión de que un grupo de intendentes del conurbano saldría a alentar la candidatura presidencial de Scioli es solamente una de las hipótesis de trabajo que maneja el gobernador.

Se trata de mensajes crípticos, sólo aptos para quienes aman el juego del poder.

Muy lejos de esta sorda batalla, el país real irrumpe con una potencia inusitada y afecta las ambiciones de ambos. Las encuestas independientes no mienten. La creciente inflación, los procesamientos de ex funcionarios del Gobierno y los casos de inseguridad de la provincia impactan en la intención de voto tanto de la Presidenta como del gobernador bonaerense.

 

Publicado en La Nación