(Columna presentada en CNN Radio y publicada en Infobae) El gobierno anterior se pasó casi una década manipulando las cifras oficiales y mintiendo sobre la inflación y la pobreza y una parte de la sociedad, y también del periodismo, no dijo ni mu.

Es más: ni siquiera parecían sentirse incómodos. Hoy, que las cifras de la economía muestran el país real, otra buena parte de la sociedad vuelve a pedir magia, solución ya, de un día para el otro, o aparición inmediata de un salvador de la Patria que solucione de una sola vez y para siempre el problema del alza del costo de vida, la suba del dólar, baje los impuestos, congele las tarifas y si todavía le queda tiempo, cierre definitivamente le enorme herida de la grieta, sin olvidarse, obviamente, de mejorar la calidad de la salud y la educación, garantizar la seguridad y, por qué no, ya que estamos, de distribuir la riqueza de manera justa y equitativa.

Hace apenas unos días al ex presidente del Banco Central, Mario Blejer, se le ocurrió decir que es una fábula sostener que la Argentina es un país rico. Pudo haber sido más crudo todavía. Pudo haber dicho, y no habría mentido, que Argentina es un país pobre. Pobre de pobreza estructural. Es decir: una nación de una economía que no produce riqueza, sino pobreza. En esa declaración, Blejer también contó una interesante charla que tuvo en su momento con el ex ministro de Economía, Axel Kicillof. Se fueron a comer juntos cuando Blejer, cansado de que Kicillof le endilgara que de economía no entendía nada, lo encaró. "Axel, si yo no entiendo nada y vos entendés todo ¿por qué no me lo explicás, así de paso aprendo un poco?". Blejer, que no se caracteriza por fabular ni mentir, contó que en esa comida Kicillof le dijo, palabra más, palabra menos, que una vez que un emprendedor o un hombre de negocios monta una empresa, ya no le pertenece más a él. Que automáticamente pasa a ser de los trabajadores, del Estado, de los clientes. Y que así, de un día para el otro, el capital pasa a ser de todos. Es decir: un mundo ideal, pero absolutamente mentiroso.

Para ser justos hay que recordar que Kicillof intentó, pero no pudo, corregir el problema de las falsas estadísticas. Que además decidió, impotente, dejar de medir la pobreza. Y que le pagó al Club de París una suma multimillonaria al contado y de una sola vez, contradiciendo el manual del proyecto nacional y popular que decía encarar Cristina Fernández. Esto no hace al actual gobierno mejor, ni lo exime de los gravísimos errores que cometió en materia de política económica. Pero algunos que pretenden dar clases magistrales, cuando hasta hace cinco minutos fueron parte del desastre, deberían entender que todavía, a una parte de la sociedad, algo de memoria, le queda.