Columna presentada en CNN Radio y publicada en Infobae) Malvinas es la muestra más brutal de lo que puede hacer el populismo, la demagogia y la mentira para perpetuarse en el poder. Y también es la evidencia de cómo la ambición enceguece y lleva a los dirigentes hasta el borde de la locura. La Guerra de Malvinas, de la que hoy se cumplen 37 años, fue un invento diseñado por la junta militar, y de un general que tomaba whisky y se hacía el loco pero que no estaba loco, sino enfermo de poder.
Malvinas fue una operación audaz y suicida destinada a recuperar la adhesión popular de un régimen que se venía derrumbando a pasos agigantados. Algunos historiadores de la época, y no pocos analistas políticos, también lo presentan como el hecho que aceleró la caída del denominado Proceso de Reorganización Nacional, y el retorno al sistema democrático.
Recuerdo algunas fotos y escenas inolvidables de la época. Una plaza llena antes de Malvinas reclamando el final de la sangrienta dictadura. Otra plaza más llena todavía en defensa de la decisión de ocupar las Malvinas, que fue aprovechada y capitalizada por los altos mandos para satisfacer sus intereses personales. Y otra manifestación popular, la más triste, la más sentida, la más desgarradora, ocurrida después de la derrota, cuando ya la mentira de que estábamos ganando no se podía sostener, ni con el poderoso sistema de censura de la Junta Militar.
También recuerdo la imagen más desgarradora e insoportable: la del regreso de los soldados que se jugaron la vida en las islas, y que debieron retornar casi escondidos, porque parte de la furia y la bronca había sido dirigida contra ellos, aunque no habían hecho más que cumplir con el deber que les demandaba la patria.
En este día, y en este contexto, me gustaría destacar la importancia que tiene la verdad, por sobre los rumores, las operaciones sucias y las grandes maniobras de algunas organizaciones políticas que quieren y necesitan volver al poder. Además me gustaría recordar a Raúl Alfonsín, uno de los pocos que se opuso a la guerra, aunque sabía que su postura no le aportaba votos, y que su pensamiento estaba yendo a contramano de la mayoría de la opinión pública del país.
Las mentiras, en política, no solo tienen patas cortas. También dejan heridas graves y profundas en el conjunto de la sociedad. En cambio la verdad, por más dolorosa que sea, siempre es mejor que una dulce mentira, porque tarde o temprano nos va a hacer mejores.