En la última semana la Presidenta Cristina Fernàndez de Kirchner envió media docena de señales contundentes destinadas a garantizar el triunfo para ser reelecta en primera vuelta. Señales que la muestran más parecida al Néstor Kirchner de los dos primeros años de gobierno, entre 2003 y 2005, que al dirigente soberbio, autoritario y dispuesto a llevarse todo por delante para mantener y acrecentar su poder. La Cristina que reprende al director de la Bibioteca Nacional, Horacio González, por el intento de censurar a Mario Vargas Llosa en la apertura de la Feria del Libro está en la misma línea del Kichner que modificó la Corte Suprema de Justicia de mayoría automática. La Presidenta que llama la atención a la ultrakirchnerista Diana Conti, después de que la diputada confesara el deseo de reelegir de manera indefinida y para siempre a la jefa de Estado, se parece mucho al Kirchner que reacciona luego de la derrota de Rovira en Misiones y pide a sus gobernadores que no intenten perpetuarse en el poder. La Presidenta que advierte que no será cómplice de los sindicalistas que se pasen de la raya en evidente alusión a Hugo Moyano es casi idéntica al Néstor que se enfrentò Luis Barrionuevo apenas estrenó gobierno, a sabiendas de que la elección de un adversario sospechado se traduce en votos seguros de la clase media para ganar en primera vuelta. La detención de los vendedores ambulantes que cortaban las vías del Roca y la advertencia de que el gobierno no tolerará más acciones directas que interrumpan el libre tránsito es un gesto parecido al que hizo Kirchner al recibir al falso ingeniero Juan Carlos Blumberg después del asesinato de su hijo Axel, ante la conmoción de la sociedad por el escándalo de la inseguridad.

A las señales pùblicas de Cristina Fernández se deben agregar gestos privados que serían impensables si el gobierno no tuviera semejante necesidad electoral. Durante la semana que pasó, el ultrakirchnerista Carlos Kunkel endulzó el oído de dos dirigentes que hace rato se fueron del oficialismo, pero que podrían hacerle mucho daño a la oposición en general si se sumasen al proyecto Cristina Presidenta 2011. Uno es José Scoli, ahora hombre fuerte de Francisco de Narváez y hermano del gobernador Daniel Scioli. El otro es el senador Luis Juez, el candidato a gobernador de Córdoba que va primero en todas las encuestas, y que en los últimos años denunció a Kirchner y a importantes funcionarios del gobierno como partícipes necesarios de múltiples actos de corrupción. Kunkel se los encontró en los pasillos del Congreso, el día de la apertura de las sesiones ordinarias. Solo para recordar de quién estamos hablando: Kunkel es el mismo que recibió antes de fin de año un tremendo cortito de Graciela Caamaño después de haberse metido con su marido, Barrionuevo; el mismo que le gritó a Felipe Solá “traidor hijo de puta” por la espalda, cuando este último hacía uso de la palabra para defender la no suba de retenciones a la soja.

¿Estamos asistiendo a la primera metamorfosis de Cristina desde que su marido murió? ¿Está empezando a hacer la Presidenta lo que siempre quiso y no pudo, porque la omnipresencia o la sobreprotección de su compañero se lo impedía? ¿Se concretará por fin el proyecto de una jefa de Estado más respetuosa de la instituciones e inflexible contra quienes pretenden hacer negocios sucios desde el Estado, como era presentada durante la campaña presidencial de 2007? Todavía es demasiado pronto para dar una respuesta, porque lo que se vislumbra, hasta ahora, es solo la inteligente decisión política de arrebatarle todas las banderas y el discurso a los dirigentes de la oposición que pretenden sucederla. Las de la seguridad y el orden a Mauricio Macri y Eduardo Duhalde. Las de la justicia social y el respeto por las instituciones a Ricardo Alfonsín, Ernesto Sanz y Elisa Carrió. Las de la minería lìmpia y la ley de tierras para que los extranjeros dejen de comprar grandes extensiones de campo argentino a la izquierda en general y a Fernando Pino Solanas en particular. Cada una de los anuncios y las decisiones de la Presidenta están siendo analizados con el prisma electoral de octubre. Es más: a esta altura de los acontecimientos, nadie cerca de ella, es capaz de descartar una jugada de alto impacto, como la de devolver a los jubilados el 82 por ciento móvil, lo que descolocaría todavía más a esta oposición desconcertada y fragmentada.

La gran pregunta del momento es si la Cristina de la última semana es la verdadera, o esta batería de señales es solo una coartada para ganar las elecciones y más tarde ir por todo, con los métodos oscuros y autoritarios de siempre. La embestida de Guillermo Moreno contra las consultoras y medidoras que no informan lo que quiere el gobierno; algunas acciones espectaculares de la AFIP, mezcladas con otras adecuadas y correctas; la denuncia tirada de los pelos contra Joaquín Morales Solá por supuestos delitos de lesa humanidad; las constantes acusaciones contra distintas empresas del Grupo Clarín y el ataque indiscriminado a políticos y periodistas que no se disciplinan ante el poder de turno por parte de los medios paraoficiales son datos que todavía hacen dudar de la autenticidad de esta nueva movida.