(Columna presentada en CNN radio y publicada en Infobae) La jugada de Jaime Durán Barba para que Mauricio Macri recupere el voto de los desencantados es audaz pero justificada. Pretende que los que tienen bronca vuelvan a reflexionar sobre las verdaderas intenciones del Presidente. Durán quiere hacerles entender que el jefe de Estado no es ni un perverso ni un tonto. Que no gobierna para los ricos ni se levanta a la mañana con ganas de amargar la vida de los demás.
"No lo tienen que amar. No lo tienen que idolatrar. Solo basta con qué vuelvan a creer que hizo todo lo que pudo, que lo que hizo durante un tiempo funcionó, y que ahora estamos saliendo, de a poco, hacia un país más ordenado, con una economía menos distorsionada", interpretó un ministro del área.
Pero Durán Barba le pide a Macri y al gobierno algo más. Algo muy difícil de lograr. Que le garantice más y mejor consumo. Que lo haga, sobre todo, en alimentos, que es donde la mayoría no tiene otro remedio que gastar.
El Presidente aceptó tener un gesto. Pero tanto él, como el jefe de gabinete, Marcos Peña; el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne; y el de Producción, Dante Sica, saben que con el anuncio del miércoles no alcanzará. Y además intuyen que si no calibran bien esta jugada, los efectos colaterales de lo que se presenta como un remedio podría llegar a ser peor que la enfermedad.
Ejemplo número uno: ahora mismo están apagando incendios porque temen una ola de remarcaciones para cubrirse antes de la presentación del paquete de medidas. Ejemplo número dos: tanto Dujovne como el presidente del Banco Central, Guido Sandleris, y el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, además de Marcos Peña, tuvieron que salir a aclarar, en privado, que no habrá congelamiento de precios, ni atraso en las tarifas, ni ninguna otra herramienta de política económica que viene fracasando en los últimos setenta u ochenta años.
El intento de Macri de cambiar – aunque sea parcialmente – la imagen para reconquistar a quienes dicen que no lo volverían a votar en octubre, hace tiempo que lo viene haciendo, con otras herramientas, Cristina Fernández de Kirchner.
Cristina sabe que para ganar no necesita volver a enamorar a los que en la actualidad juran que jamás la elegirían. Con que unos pocos compren la idea de que es una perseguida, que también lo están haciendo con su hija, y que ella no robó sino que tuvo, durante su gobierno, a unos cuantos funcionarios corruptos, ya sería suficiente.
Hay un dato simbólico pero muy fuerte. Así como prologó su luto durante más de dos años, Cristina Fernández ahora se viste de blanco. Es decir: el símbolo de la pureza, la inocencia, la transparencia y la bondad.
Si el plan de victimización, denominado Santa Cristina, logra algún éxito relativo, los votos que hoy le faltan para ganar en segunda vuelta los podría recuperar si, al mismo tiempo, la economía no repunta.
Tan finito e incierto se presenta en este momento el escenario electoral. Entre un Presidente que pelea para que no lo consideren un perverso o un inútil y una ex presidenta con 11 procesamientos, cinco pedidos de prisiones preventivas y una hija en modo víctima a la que ayer, la titular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso, consideró prófuga.