(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) Como sucesora de Néstor Kirchner, Cristina Fernández iba a ser inmejorable. El expresidente había tenido que ingresar con el hacha de un bombero a romper las paredes de la casa para salvar a las familias que estaban atrapadas. No había tenido tiempo de discriminar entre los muebles desechables y las obras de arte. Las víctimas lo esperaron en la calle. Lo aplaudieron. Pero después entraron a la casa y comprobaron que estaba toda destrozada. Cristina llegaría para reconstruirla y embellecerla. También para apartar de la brigada de bomberos a los que, detrás del propio Kirchner, en el revoleo del rescate, se habían quedado con cosas ajenas.

La nueva presidenta transformaría a la Argentina en la Alemania de Merkel. Pujante, pero también más republicana. Con absoluto respeto por las libertades individuales. Con la defensa irrestricta de la libertad de expresión. Sin persecuciones de la AFIP ni de los jueces amigos. Y, muy probablemente, sin Julio De Vido, sin Guillermo Moreno, sin Ricardo Jaime y sin José López.

Toda esta construcción, detalle más, detalle menos, nos vino anunciando el entonces jefe de gabinete, Alberto Fernández, para explicar por qué Cristina sería la candidata y cómo iría a gobernar. Sin embargo, a los pocos días, estalló el escándalo del valijero Antonini Wilson quien fue interceptado por la agente de la Policía de Seguridad Aeronáutica María del Luján Telpuk con una valija que contenía u$s 800.000. Llegaba desde Caracas, Venezuela, junto con el ahora arrepentido Claudio Uberti. Entonces Cristina, en vez de mandar a investigar el sospechoso hecho de corrupción, le echó la culpa a la CIA.

Lo que siguió después es archiconocido. De Vido y Jaime siguieron en sus puestos. Los demás también. El fallecido ex canciller Héctor Timerman recurrió a un alicate enorme para abrir una valija que traía un avión militar estadounidense. Néstor y Cristina dieron comienzo a la guerra contra Clarín y contra el campo. Acusaron a Ernestina Herrera de Noble de haberse apropiado de niños de padres desaparecidos. Hostigaron a cronistas en la vía pública y los acusaron de tener las manos manchadas de sangre.

Seis Siete Ocho se convirtió en un aparato de propaganda y persecución de opositores, en especial periodistas y dueños de medios que se atrevían a criticar al régimen de la jefa de Estado. Montaron tribunales populares contra mujeres y hombres de prensa. Pusieron a niños a escupir sus guras, en un gesto que rememora los peores momentos del fascismo y del nazismo. La AFIP se transformó en un organismo de persecución de críticos y de protección de los amigos. Armaron medios de comunicación cticios con miles de millones de pesos de la pauta ocial.

Sobrevino la tragedia de Once, una evidencia irrefutable de que la corrupción mata. En el primer acto ocial de Cristina después de aquel desastre, la ex presidenta puso en el mismo plano lo que le pasó al tren de la Línea Sarmiento con la muerte de Néstor Kirchner, quien falleció en su propia cama de su casa de El Calafate porque le falló el corazón. Fue en ese mismo acto cuando se leyó en sus labios el inolvidable "vamos por todo". Y poco después, implementó el cepo al dólar que permitió a los argentinos millonarios seguir viajando al exterior, enriqueció a los bancos, hizo bajar las exportaciones casi un 40%, y generó cientos de miles de transacciones truchas con las Declaraciones Juradas de Importación.

La imprevista muerte de Kirchner y el rebote de la economía después de la crisis de 2009 la transformaron en imbatible. Entonces, en 2011, empezó a trabajar por la reelección. El funeral de su marido fue un indeseado pero inmejorable punto de partida. Jaime Durán Barba le advirtió a Mauricio Macri que no se presentara porque ganarle a una viuda que sufre y con una economía en crecimiento era imposible y afectaría sus aspiraciones futuras. Cristina Fernández mantuvo el luto durante más de dos años. Empezó a llamar al expresidente con el pronombre Él, que, por supuesto, signica Dios, y logró conmover a más de la mitad de los argentinos. Pero detrás de esa mujer afectada comenzó a aojar otra vengativa, despectiva, y cada vez más radicalizada. La desaparición física de Kirchner desdibujó los límites de su belicosidad. Sus empleados que se cruzaran con ella en los pasillos de los despachos ociales debían bajar los ojos, porque podían sufrir represalias. Al nombrar a su compañero de fórmula, Amado Boudou, preso por uno de los casos de corrupción de los varios que se le imputan, explicó que un misterioso viento había abierto los ventanales de la quinta de Olivos, dando a entender que Néstor había bendecido su solitaria decisión.

Fue otra de sus elucubraciones de cción. Porque la verdad es que tanto Néstor como Alberto Fernández, en su momento, ya le habían advertido, cuando ella estaba a punto de nombrarlo ministro de Economía, que en la ANSeS había cometido unas cuantas travesuras, y que podía llegar a cometer otras o más graves, debido a su codicia y amor por el dinero. Ella no los quiso escuchar. En cambio, siguió manipulando la realidad. Asistió a un congreso de la FAO y consideró que la pobreza en la Argentina no pasaba del 5%. No contradijo a Aníbal Fernández cuando el ministro aseguró, sin ponerse colorado, que en Alemania había más pobreza que en Argentina.

Y en su momento, el entonces ministro de Economía, Axel Kicillof dio por terminado el debate y cortó por lo sano. Para que se entienda bien: tomó la decisión de dejar de medir la pobreza, porque consideró a esa estadística social, vigente en todos los países del planeta, un dato estigmatizante.

Cristina intentó modicar la Constitución para volver a ser reelecta, pero no pudo. Eligió a dedo a Carlos Zannini, como compañero de fórmula de Daniel Scioli, y también eligió de prepo a Aníbal Fernández como rival de María Eugenia Vidal, por la que entonces, ni en Cambiemos ni en la oposición, nadie apostaba a ganadora. Después volvió a perder ella misma, contra Gladys González y contra Esteban Bullrich.

Ahora, los mismos que nos dijeron que Cristina venía a transformar a Argentina en la Alemania de Merkel nos vuelven a contar que de verdad cambió. Que las derrotas la hicieron madurar. Que no perseguirá a la gente ni volverá a llevarse al sistema democrático ni la división de poderes por delante. Que no habrá Ministerio de la Venganza ni reforma de la Constitución. Que cumplirá con los pagos de todas las obligaciones. Las locales y las internacionales. Que será mil veces más buena y más comprensiva.

Sus asesores de imagen ya empezaron a hacer los deberes. De ahora en más, así como la viste después de la muerte de Néstor casi todo el tiempo vestida de negro, la vas a ver vestida de blanco, el color de la pureza y de la santidad. Y no la vas a oír hablar, a menos que sea para victimizarse. A propósito: la última vez que habló en público fue desde su banca del Senado de la Nación. Entonces volvió a decir que ella era objeto de una persecución y que detrás de ese ataque estaba la embajada de los Estados Unidos. Igual que hace más de diez años, cuando acusó a Antonini Wilson de ser un agente encubierto de la CIA. Mi Nona tenía un carácter muy fuerte. Pero no mentía jamas, Y siempre decía lo que pensaba. Y repetía, para casos como estos: "Aunque la mona se vista de seda, mona queda".