(Columna publicada en Diario El Cronista Comercial) Superada la primera impresión que hacía aparecer al anuncio de Cristina Fernández de Kirchner erigiendo a dedo a Alberto Fernández como candidato a presidente y a ella misma como vice, hay que empezar a decirlo con todas las letras: se trata de una fórmula que no se termina de entender.
Empecemos por el principio. Cristina y Alberto nunca se soportaron demasiado. Siempre hubo, entre ellos, recelo mutuo. El vínculo de verdadera confianza de Alberto era con Néstor Kirchner, no con su esposa. Es más: si uno lee con detenimiento Sinceramente -una vez más, recomiendo a todos los argentinos adultos hacerlo- es posible deducir que incluso, Cristina, siempre desconfió, un poquito o mucho del hombre al que ahora erigió como candidato a lo máximo del poder. Parece que hasta hace poco ella pensaba que Alberto, igual que Héctor Magnetto, nunca había estado de acuerdo con que Cristina fuera la sucesora de Néstor en 2007, y que ambos preferían la opción de la reelección de Kirchner.
También se sabe que Cristina jamás le terminó de perdonar a Alberto su renuncia en julio de 2008. Que lo consideró un liso y llano acto de traición- Y se sabe además que tanto Cristina como Máximo, después de la muerte de Néstor, le juraron enemistad eterna. Es más: la expresidenta un día le llegó a decir a Mauricio Macri, cuando el actual presidente lo mencionó, en una reunión privada, como al pasar, palabra más, palabra menos: "De ese no me hables, De todos los traidores, Alberto es el peor, porque fue el único de los nuestros que durmió en la cama de Máximo".
Se refería al departamento familiar de Río Gallegos. Y cada tanto, Aníbal Fernández, otro de los enemigos acérrimos de Alberto, repetía la sentencia de Cristina, para dejar en claro que ese vínculo era irreparable. ¿Qué fue entonces lo que determinó su extraña reconciliación?
Lo puso, en estos términos, hace un par de meses ya, alguien muy cercano al propio Alberto Fernández, en un diálogo desopilante. Fue, palabra más, palabra menos, en los siguientes términos. Pregunté: "¿Qué le pasó a Alberto?". Me respondió. "A él nada. A ella le pasó". "¿Y qué le pasó?", insistí. "Al final se dio cuenta que se equivocó, y que tiene que cambiar" "¿Su conducta?", quise saber. "¿Su manera de reaccionar?", pregunté ingenuamente. "No. Su manera de elegir. Porque su manera de elegir fue lo que nos hizo perder las seis últimas elecciones" me respondió. "No entiendo", acoté. Y la persona muy cercana a
Alberto me respondió. "Ya vas a entender. Porque ahora vamos a hacer algo distinto. Y entonces vamos a ganarle a Macri".
Cuando corté la comunicación, me di cuenta que cambiar no significaba que Cristina o Alberto hicieran un mea culpa por los casos de corrupción que protagonizaron y/o encubrieron. Entendí que apenas implicaba una alquimia electoral para volver al poder. El posible, deduzco, que entonces Alberto Fernández le hubiera vendido el extraño paquete a Cristina Fernández y que ella lo haya comprado con moño y todo.
Pero que nadie se confunda: también es posible que el exjefe de gabinete ni siquiera haya tenido él mismo la necesidad de proponerse como el número uno de la fórmula. Que solo hubiese preparado el terreno, pero sin autoproclamarse como el candidato ideal.
Al final, parece que, una vez más, Jaime Durán Barba tenía razón: Cristina lo hizo porque sabía que perdía. Porque su nivel de rechazo es tan alto que le impide ganar en segunda vuelta, excepto que el país se incendie y se repita una crisis parecida a la de diciembre de 2001.
El problema que tiene este tipo de alquimias es que la gente es mucho más inteligente e intuitiva de lo que imaginan los dirigentes, por más iluminados que se sientan. Y que la militancia, aun esa militancia obediente y casi religiosa que tiene Cristina, todavía está confundida, y sin muchas ganas de "sostener los trapos" para entregarle la presidencia a quien hasta hace un ratito era el Diablo. O la quinta esencia del neoliberalismo. Un traidorzuerlo de pacotilla.
Y lo mismo pasa con quienes escuchaban a Alberto con cierta atención, hasta que se convirtió en Luis D'Elía, Aníbal Fernández, los chicos grandes de la Cámpora o todos ellos juntos y denunció una persecución judicial contra Cristina con argumentos que no los puede sostener ni un niño. Por supuesto, que entre las propuestas de Alberto está, por ejemplo, esconder a Cristina, hasta después de la segunda vuelta, en el caso de que ganen.
Pero a esta altura del partido hasta los primeros votantes se deben estar preguntando: si se amigaron de una manera tan rara y por motivos tan poco sinceros y legítimos ¿cuánto van a tardar en agarrarse de los pelos y en pleno ejercicio del poder? Durán Barba exageró, pero la fantasía no es tan descabellada: el consultor vaticinó que tardarían tres meses en chocar; y que uno se quedaría en la Rosada y el otro terminaría en prisión. Su pronóstico mete todavía más más miedo que la consigna: "a volver/ a volver/ vamos a volver".