El escenario político está convulsionado. Tanto que sectores que antes señalaban a Maurico Macri como el gran candidato de la derecha conservadora hoy lo empiezan a vislumbrar como un freno para evitar que Cristina Kirchner sea reelecta y su futuro gobierno se radicalice todavía más, coartando las libertades básicas en nombre de la profundización del modelo. Lo están diciendo, por lo bajo, Ernesto Sanz, aunque el senador no está dispuesto a abandonar la Unión Cívica Radical. Y también Elisa Carrió, aunque todavía, la diputada, con el jefe de Gobierno de la Ciudad, tiene un problema personal, casi de piel. Como si aún pensara que Mauricio tiene más que ver con su padre, Francisco, que con Gabriela Michetti, a quien quiere y respeta. Como si el rechazo pesara más que su buen vínculo con Federico Pinedo, quien la convenció de estampar la firma en el durísimo documento a favor de las libertades básicas que suscribieron, además de Macri y Carrió, Eduardo Duhalde, Ricardo Alfonsín, Sanz y Francisco De Narváez, entre otras figuras políticas.

¿No los une el amor, sino el espanto? Puede ser. En todo caso es el mismo miedo que sintió Carrió, en mayo de 2003, al anunciar que, antes de convalidar la perpetuidad de Carlos Menem en el poder, les pediría a sus seguidores que votaran, en segunda vuelta, por Néstor Kirchner “aunque los números de su declaración jurada no cierran”. Como se sabe, Menem no se presentó al balotaje, pero la decisión de Carrió fue considerada como una declaración de principios contra la concentración y el abuso de poder.

Lo cierto es que dirigentes amplios y reflexivos como Rodoldo Terragno están espantados con la radicalización ideológica que perciben en amplios sectores del gobierno. Un solo botón de muestra.

En los últimos días, un hombre del gabinete de Macri se sentó a tomar un café con Guillermo Moreno. Pretendía levantar  “la prohibición” de ingreso al Mercado Central que el gobierno nacional había impuesto, de prepo, contra un director designado por el gobierno de la Ciudad. El secretario de Comercio prometió solucionarlo y antes de despedirse se pusieron a hablar de política. Moreno, entonces, sentenció:

- Mi generación se va a retirar pronto. Pero los jóvenes van a producir el cambio radical que necesita este país.

El funcionario de Macri le preguntó de qué manera. Y Moreno le dio un ejemplo concreto:

- Ellos van a ir a fondo contra Clarín y contra el campo. Al grupo lo vamos a terminar de voltear. Y a algunos tipos del campo les vamos a hacer entender que se necesita más que un papelito para demostrar que son dueños de la tierra.

El funcionario de Macri se fue espantado. Interpretó que, si  Cristina Fernández es reelecta, sus custodios ideológicos van a ir, también, por el derecho a la propiedad.

¿Se trata de una amenaza o de un proyecto concreto?

Parecen globos de ensayo, pero no una fantasía. Como no fue una fantasía el tinglado que montó el 24 de marzo, día de la Memoria, cerca del Congreso, una agrupación autodenominada La Poderosa. Allí se pudieron ver gigantografías de Mirtha Legrand, Samuel “Chiche” Gelblung, Mariano Grondona y Mauro Viale, entre otros, con gorra militar, “condenados” bajo la acusación de ser cómplices de la dictadura. Los militantes y adherentes jugaban al tiro al blanco con sus retratos. También había inodoros. Y niños escupiendo las enormes fotos pegadas en una pared.

Se trata, nada más y nada menos, del uso, abuso y banalización de un método original conocido como “escrache”.  

El escrache, se sabe, fue inventado por la Agrupación Hijos para mostrar cómo los asesinos, ladrones de bebés y condenados por delitos de lesa humanidad descansaban en sus domicilios particulares, cuando debían estar detenidos en cárceles comunes. Para que no queden dudas: soy de los que piensan que, en esos casos, y sin mediar violencia, el método puede ser discutido, pero tiene justificación.

No comparto las ideas políticas de Grondona ni su forma de hacer periodismo. Tampoco la manera de mirar la política y la vida de Mirtha Legrand. A Gelblung le pregunté, más de una vez, si no pensaba que debía hacer un mea culpa por su desempeño profesional en la revista Gente. Sin embargo, nada de eso me impide criticar este método fascista de ataque personal en la vía pública. Porque ninguno de estos “escrachados” tienen delitos para purgar. Ni están condenados por la justicia. En todo caso, sería enriquecedor debatir sobre el papel de algunos periodistas y los grandes medios durante la dictadura, pero en un contexto de diálogo, y mucha disposición para escuchar.

También es preocupante el incipiente pero creciente uso de niños con fines políticos. ¿Fue adecuado que la Presidenta estuviera rodeada de chicos el día que anunció la creación del Ministerio de Seguridad al mismo tiempo que acontecían graves incidentes en el Parque Indoamericano? ¿No hacen ruido las fotos de chicos, en apoyo a Cristina, como parte de un programa de propaganda oficial que se dedica constantemente a descalificar a periodistas críticos y dirigentes de la oposición? ¿A quienes representa La Poderosa? ¿Quiénes mandaron a los menores a escupir las gigantografías?

La idea de Macri y otros de competir entre todos los candidatos de la oposición en la interna abierta de agosto e ir a la primera vuelta de octubre todos juntos para impedir que la Presidenta continúe otros cuatro años en el poder es hija del pánico. Del temor que genera un futuro sin el funcionamiento mínimo de las instituciones y el respeto indispensable de la división de poderes.

Pero ni a Fernando Pino Solanas, ni a Ricardo Alfonsín ni a Hermes Binner ni a Luis Juez ni a Margarita Stolbizer les gusta Macri. Sostienen: “Macri es el límite” Pero a la vez, comparten el temor por el sesgo autoritario que está dominando a importantes sectores del gobierno. ¿Se juntarán todos ellos también, con el mismo objetivo que Macri y sus “socios por conveniencia”? ¿Aceptarán el mecanismo democrático de competir en las primarias de agosto para enfrentar al aparato del Estado en octubre? Sería difícil. Casi imposible. Pero la sola idea en la que trabajan algunos dirigentes opositores demuestra que se empezaron a despertar, ante la amenaza de la reelección indefectible.

 

Publicado en El Cronista