Asi como Néstor Kirchner usaba un cuaderno para seguir la evolución diaria de la inflación, el precio del dólar y la producción de petróleo, se entretenía armando escenarios políticos "ideales" con el fin de sostener su esquema de poder a veinte años. Para eso tomaba papel en blanco y empezaba a dibujar.

El día en que Alberto Fernández convenció a Graciela Ocaña para que se incorporara al Gobierno, Kirchner irrumpió en la oficina del jefe de Gabinete y le dibujó a Ocaña un mapa "ideológico" de poder. Todavía no había cumplido un año de gestión. Cuando lo terminó de escuchar, Ocaña no dudó en sumarse al proyecto. Había quedado impresionada. El presidente le había "diseñado" su idea de "ampliar los márgenes del campo popular" en detrimento de las "corporaciones, los grupos de poder y la derecha". Con los garabatos de Kirchner en la cabeza, Ocaña sintió que estaba en presencia de un nuevo Perón, pero más progresista. Con el tiempo, ella se dio cuenta que la pelea contra "los malos" era sólo una excusa para acumular más poder. Una estrategia para arrinconarlos y conseguir votos y capacidad de maniobra. "Si hubiera sido tan progresista le habría otorgado la personería a la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), y no se hubiera aliado con Moyano, que pasó de defensor de los trabajadores a sindicalista empresario", interpreta ahora la ex ministra de Salud.

Kirchner, aunque era impulsivo y se obsesionaba con el día a día, siempre tuvo un horizonte de poder a largo plazo y fue tras él hasta su muerte. Desde el desgaste y neutralización de Eduardo Duhalde hasta la elaborada elección del Grupo Clarín como su principal enemigo. El ex presidente usó con el multimedio la estrategia de seducción, hasta que un día se dio cuenta de que por esa vía fracasaría. En uno de sus habituales encuentros con Héctor Magnetto, y antes de empezar la pelea, a Kirchner se le escapó:

-Tenemos la misma clientela. O nos asociamos a largo plazo o nos preparamos para la guerra.


El día en que el ex presidente decidió comenzar la guerra, su objetivo parecía bastante claro. Se podría sintetizar así:

* Bajar a Clarín del Olimpo, para contaminarlo con el barro de la política y quitarle su "inmunidad profesional".

* Colocar al Grupo Clarín como el más poderoso de sus enemigos, y así ningunear a los políticos opositores, ubicándolos como meros empleados "del monopolio".

* Bajar "el precio" de los periodistas críticos, aunque no trabajaran para Clarín.

* Presentar la movida como un plan nacional y popular, un intento de cambio frente al establishment mediático, un aire de revolución frente al statu quo.

Kirchner murió sin conocer los frutos de su plan maestro. Y, con su muerte, le terminó de dar un enorme espaldarazo a la candidatura presidencial de Cristina Fernández, quien ahora, en su doble condición de jefa de Estado y viuda, ha alcanzado un nivel de respeto y consideración como nunca había tenido.

¿Por qué la estratagema de Kirchner, a la larga, se presenta como exitosa?

Porque ha logrado "poner en discusión" todo lo que dice o hace su "principal enemigo". Ha podido configurar a Clarín como un gigante insaciable, y al Gobierno como una de las "víctimas" de ese supuesto poder ilimitado. Y porque ha conseguido "bajarle el precio" y la categoría a todos los líderes de la oposición y meterlos en una misma bolsa, mientras se utilizan los programas de televisión y los medios gráficos pagados con los impuestos de todos para insultarlos, descalificarlos y presentarlos como inútiles, incapaces de generar una alternativa de poder.

La estratagema de Kirchner no habría tenido ninguna posibilidad de ser aplicada sin la buena marcha de la economía. Y tampoco habría resultado si los principales líderes de la oposición la hubiesen visto venir. De hecho, una de las patas donde se asienta es la capacidad de generar agenda. De imponer temas y presentarlos como grandes logros. La foto de la Presidenta y Moyano firmando un aumento del 24 por ciento para camioneros y acordando la suba del mínimo no imponible fueron dos noticias más o menos positivas que se mostraron como extraordinarias. Además, sirvieron para matar varios pájaros de un tiro. Uno fue tapar el escándalo de la investigación judicial sobre el líder de la CGT. Otro, enseñar a Cristina Fernández como una presidenta que tiene el control de la situación y gestiona. El tercero fue dejar pagando de nuevo a la oposición legislativa, porque no pudo imponer su proyecto de suba del mínimo no imponible, que era, para los trabajadores, más generoso que el oficial.

La pelea por "el relato" de los acontecimientos también está siendo ganada, por ahora, por el Gobierno. Mientras que sus espadas mediáticas instalan con astucia la idea de que una nueva Alianza o una nueva Unión Democrática intenta sin éxito "rejuntarse" para evitar el triunfo de Cristina en primera vuelta, esconden, con llamativo éxito comunicacional, los vergonzosos pactos que vienen suscribiendo con Carlos Menem, Ramón Saadi y Aldo Rico, entre otros dirigentes, para sumar votos en todo el país.

¿Cuánto puede durar esta nueva luna de miel de la Presidenta con una buena parte de la sociedad? ¿Tienen, los líderes de la oposición, capacidad para cambiar el sentido del relato y advertir que un nuevo triunfo del oficialismo sería negativo para el fortalecimiento de la democracia y la marcha de la economía? Faltan menos de siete meses para las presidenciales. Si Mauricio Macri, Ricardo Alfonsín y otros esperan que un nuevo error no forzado de la jefa de Estado los haga más competitivos, lo suyo sería demasiado pobre como oferta electoral. Los grandes fallos tácticos que cometía Kirchner y terminaban favoreciendo a sus adversarios parecieron irse con él.

 

Publicado en La Nación