Cristina Fernández debería marchar tranquila hacia su segura reelección. Pero ella, la mujer completa, ¿debería tan solo esperar hasta octubre y permanecer en calma?

Desde el punto de vista político, la jefa de Estado tiene varios “problemas”. El más evidente y cotidiano es la “permanente tirada de la pollera” del núcleo duro de “empleados jerarquizados” que dependen de ella para “sobrevivir”.  Son casi todos. Desde los más convencidos, como Nilda Garré, hasta los más “calculadores” como Deborah Giorgi, pasando por los que enfrentan una incómoda situación judicial, como Ricardo Echegaray, sospechado de favorecer a familiares desde el Estado y de usar a la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) para perseguir a los enemigos y ayudar a los amigos. Igual, ninguno de ellos es capaz de preguntarle a Cristina Fernández si está dispuesta a presentarse, o si se piensa quedar en su casa. Pero ella no necesita ninguna señal para enterarse de que la presión está. Lo mismo puede decirse de los nuevos funcionarios de La Cámpora a quienes la Presidenta, de alguna manera, siente como “sus hijos”. ¿Qué pasaría si la jefa decidiera dar un paso al costado para presentarse después, en las presidenciales de 2015? La primera reacción, entre los miembros de “la nueva Coordinadora” sería de profunda sorpresa. ¿Y la segunda? Mejor no pensar en la segunda, porque ninguno tiene Plan B.

El segundo problema es más profundo y más político. Para colmo, ya no está su compañero de toda la vida para discutirlo. Se trata del día después de ganar las presidenciales del próximo octubre sin la expectativa y el poder que significa saber que puede ser reelecta una vez más. Como se sabe, fue ese el motivo más importante que explicó la decisión de Néstor Kirchner de no ir por su reelección en 2007 y apostar por Cristina Fernández. Fuentes seguras que hablaban en aquel momento con uno y con la otra recuerdan que ella no estaba muy convencida de asumir la responsabilidad, y que su marido le tuvo que explicar la estrategia más de una vez.

- Si queremos consolidar un modelo de 20 años, tenés que ir vos. Porque si gano yo, a los pocos meses, no voy a tener el poder ni siquiera para instalar tu candidatura en 2011- le dijo, para terminar de convencerla, durante el cumpleaños de su hija Florencia.

Y no solo eso: también tuvo que poner sobre la mesa la opinión del médico personal de la familia, quien, después de aclarar que no le correspondía a él meterse en cuestiones políticas, aconsejó a Néstor no ir por le reelección, porque su salud se podría resentir de manera notable.  

Si la Presidente es, de verdad, el “cuadro político” que todo su entorno quiere ver, es probable que ahora mismo se encuentre analizando el Día Después y sus particulares consecuencias. Una alternativa sería empezar a trabajar ya para preparar un heredero que le permita mantener el poder político y no la traicione a la vuelta de la esquina, como hizo su marido con Eduardo Duhalde. La sombra de Juan Manuel Urtubey 2015 acecha, aunque parezca demasiado temprano, y conspira contra cualquier análisis frío y moderado. Y la otra, como cualquiera puede ver, es el Proyecto Cristina Eterna, lo que implicaría reformas electorales y constitucionales que aumentarían la tensión política y volvería más radical, todavía, al modelo que el cristinismo dice sostener. En este caso la pregunta sería más compleja y preocupante: ¿Aguanta la democracia Argentina una presión tan fuerte sobre el sistema como la que debería imponer Cristina Fernández y sus aliados para perpetuarse en el poder?

Las respuestas de la vida, más allá  de la política, tampoco parecen tan simples. Cristina Fernández tiene ahora casi la misma edad que tenía Néstor Kirchner cuando le planteó la idea de su candidatura presidencial. Quienes la quieren bien y cuidan de su salud afirman que ella es más obediente y disciplinada que su compañero de toda la vida, pero que también es más vulnerable y más sensible a las cuestiones emocionales. Los voceros de la Unidad Médica Presidencial informan ahora que su hipotensión es un malestar pasajero, y que el reposo y la medicación la terminaron de poner en plena actividad. Lo que no están en condiciones de afirmar es cuál es su verdadero estado emocional, a siete meses de la muerte del hombre que la acompañó desde que tenía 17 años. Las etapas clásicas del duelo son cinco: negación y aislamiento, ira, negociación, depresión y aceptación. Cristina Fernández tiene pocos amigos de la vida, no hace terapia psicoanalítica, y a veces su cabeza y su alma son impenetrables hasta para sus colaboradores más cercanos como Carlos Zannini y Héctor Icazuriaga.

Es por eso que, a medida que acerca el tiempo de la definición, los que la rodean se ponen cada vez más ansiosos.

 

Publicado en El Cronista